jueves, 4 de febrero de 2010

El chispazo y el proyecto modernizador: una aproximación a "En los trenes" de Juan de Arona - Por Néstor Saavedra Muñoz (*)




¿No hay aquí pueblo? ¿Pueblo? Si a fe mia
¿Pues dónde se halla? Este pueblo Sober-asno
y esta ejerciendo la sober-asnia

Juan de Arona





1. Presentación

La prensa decimonónica merece ser revalorada, en primer lugar, por el papel que cumplió dentro del proceso de formación del cuento moderno. Las revistas y periódicos de la época se constituyeron como un espacio de tránsito en el que las formas narrativas se debaten entre el artículo de costumbres, la tradición, la leyenda y el cuento propiamente dicho.
Y en segundo lugar, la producción textual del periodo resulta valiosa en función de su interés por reflejar la realidad social y discutir en torno a sus problemáticas desde una perspectiva ideológica que busca el desarrollo de la nación.
El presente trabajo s
e orienta al estudio de este último punto a partir del análisis de “En los trenes”[1] de Juan de Arona, texto recogido del periódico El chispazo (1891-1893). El relato de Arona cobra relevancia en la medida de que responde a una poética en la que el quehacer literario promueve el proyecto modernizador de la sociedad. Nuestra hipótesis de trabajo consiste en que, al rechazar a los sujetos subalternos (afrodescendientes), por ser estos identificados con una serie de significantes negativos (“fastidiosos”, “flojos”, “sucios”, “impertinentes”, “groseros”, “bárbaros”), “En los trenes” propone al individuo burgués como ideal para la sociedad moderna, pues en él se encarnan la sensibilidad estética, el orden y el progreso.
Abordaremos el relato no sin antes señalar las características de El chispazo en cuanto a sus contenidos y a su disposición formal, permitiéndonos ello centrar nuestra lectura, efectuar la interpretación de “En los trenes” en el marco de una determinada visión del mundo.

2. Apuntes sobre El chispazo de Juan de Arona

A Pedro Paz Soldán y Unanue (1839-1895) lo conocemos por sus composiciones poéticas, narrativas, teatrales y ensayísticas. Sus datos biográficos no son del todo desconocidos para quienes se han ocupado de su obra. Realizó estudios en el Convictorio Carolino. Viajó por Europa y el Cercano Oriente entre 1859-1863. Ejerció la docencia en el colegio de Guadalupe y en la Universidad de San Marcos. También estuvo relacionado con actividades políticas, pues fue diplomático y ministro en Argentina y Brasil. Incursionó en el campo periodístico colaborando en diversos diarios y revistas del periodo. Fue editor de La saeta (1869), El chispazo (1891-1893), entre otras publicaciones
[2].
El chispazo, segunda época de La saeta. Periódico semanal de literatura, política y costumbres fue publicado íntegramente por Juan de Arona, nombre que es uno de los veinte seudónimos registrados, hasta el momento, con los que Pedro Paz Soldán y Unanue muestra su quehacer intelectual (Tauro 1993). Además de este seudónimo
[3], en el periódico podemos encontrar otros tales como Jenaro Vanda, Juan Sin Tierra, Críspulo Mor-Diente, Evandro Jana, Pipus, Ajenor Vanda, ¡Un Berufen!, Giovanni Senzo Terra e Iván Radeanof. Y es que la ausencia de colaboradores en el periódico se debió a que Arona tenía la férrea convicción de que en nuestro país las empresas en las que participan más de una persona están destinadas al fracaso. Así lo manifiesta Arona en el prospecto del semanario:


El presente semanario como el anterior [La saeta], será propulsado por una sola mano; único medio de que una empresa nacional se logre. El espíritu de asociación, con todo lo que se le decanta y exagera, fracasa aquí como todo lo grande y bueno que se introduce de fuera. La unión es aquí la debilidad y el desbarajuste. Un peruano solo podría realizar los doce trabajos de Hércules, doce peruanos juntos, no hacen la obra de una pulga (Nº 1: 1).

El periódico apareció el 17 de octubre de 1891, constituyéndose como un texto aleccionador: “El chispazo” es la continuación de “La Saeta” si mas diferencia que, aleccionado por los 22 años transcurridos, se ocupará tanto de política, cuanto no lo hizo aquella, pretendiendo introducir una imposible reforma en las costumbres del país”
[4] (Ídem). Este proyecto reformista tenía como sustento ético el compromiso con una verdad justa, es decir, con aquella que fuese provechosa para la sociedad en cuanto respete el ámbito privado y se aleje del escándalo público. Agreguémosle a ello la voluntad del periódico por forjarse un espacio propio como medio de información, más allá del enfrentamiento con otros diarios (“El Comercio”, “La Opinión Nacional” y “El Perú Ilustrado”). Alcanzó los 87 números, llegando a su fin el 17 de junio de 1893 por tener una política de oposición al gobierno de Remigio Morales Bermúdez, quien continuara con la política represiva de Cáceres[5].
El chispazo salía cada sábado por la tarde, en un formato de 34 x 24cm. y su volumen podía variar entre cuatro y ocho páginas en función de la publicidad y de la sección “Folletín”. Su precio era de diez centavos; la suscripción mensual costaba cincuenta centavos y la suscripción bimensual por diez números costaba un sol.
En lo que concierne a su corpus textual, el periódico en ocasiones incluía una caricatura de carácter político, atacándose, por ejemplo, la desigualdad social
[6] y el régimen autoritario ejercido por las fuerzas militares de Cáceres[7], reforzándose de este modo las ideas propuestas en los textos escritos. Entre los responsables de los gráficos figuran “B. Garay”, quien es el autor del retrato de Arona que aparece en la tapa del primer tomo y “Chambon”, autor de la caricatura “Legación de Chile” (N° 9). Obviamente los números que traían consigo la caricatura tenían un precio mayor, que era de veinte centavos.
Por otra parte, El chispazo no tenía una estructura fija, pudiendo variar sus secciones de un número a otro. Empero, podemos mencionar tres secciones inamovibles: “Chispazos”, “El chispazo” y “Espinas de Tuna”. “Chispazos“ está compuesto por poemas breves de carácter crítico, que oscilan entre lo jocoso y la reflexión seria. En esta sección aparecen textos tales como "A quema ropa":

Tuyo soy, tu mano anhelo,
súbita pasión me inflama.
¿Cómo te llamas? – Consuelo;
Ay hija, es poco con...suelo
¡fueras si quiera con...cama! (N° 6: 1).


O este otro titulado "Denominación de sexos":

Es una necesidad
que el nombre de masculino
se aplique a la otra mitad,
porque junto al femenino
nuestro sexo en realidad
viene a ser menosculino (N° 63: 313)

Los poemas son firmados por Juan Sin Tierra
[8]. “El chispazo” es la nota principal del periódico. El tema, fundamentalmente, alude a los acontecimientos políticos contemporáneos, pudiendo ocuparse Arona tanto del proyecto de Ley de Inmigración discutido en el Senado[9] (N° 44: 161-162), como de eventos oficiales tales como la inauguración del observatorio meteorológico “Unanue” (N° 43: 153). A veces se publica más de una nota en esta sección. “Espinas de tuna” es la sección más extensa del periódico, ocupando a veces dos o tres carillas. Está conformada por una serie de reflexiones que destacan por su concisión. En ellas asistimos a la representación de los dos blancos preferidos de Arona: la sociedad en crisis y el orden político degradado. Lima se ha convertido en una ciudad en donde las condiciones de vida se han deteriorado considerablemente, pronunciándose Arona sobre el particular con imágenes que nos muestran a una Lima invadida por la frustración y la amargura:

La menos lastimosa entre las miserias de Lima es la de los pordioseros (N° 3: 3).

Un hombre dándole de trompadas a un colchón: esa es la lucha por la existencia en Lima (N° 38: 116).

Ahora, la sanción del orden político degradado se centra, principalmente, en esas gestiones autoritarias de las que es presa el país y que sólo determinan una ruptura social en la que el poder niega toda posibilidad de diálogo con la población:

Nuestras autoridades toman por la primera y única de sus atribuciones la que no es si no la última, la que algún día no existirá, la de mandar (N° 2: 4).

Sobre estos ejes temáticos Fernán Altuve-Febres ha tenido una perspectiva distinta, pues resalta de Arona esa actitud con la que censura el ocio generalizado y la retórica vacía de la clase política: “Arona observaba que la sequía de hombres de trabajo contrastaba con el desborde verbal de los hombres públicos, lo cual era una muestra clara de la demagogia, de la inconstancia y de la inmadurez política de los peruanos” (18). Quien firma “Espinas de Tuna” es Críspulo Mor-Diente.
Entre las otras secciones que conforman el periódico se encuentran “Variedades”, en donde se publican artículos de costumbres, acertijos, charadas, entre otros textos menores, y “Letreros inortográficos”, en donde se hace mención directa, con datos concretos, de las faltas ortográficas que “contaminan” las calles de la ciudad. Por supuesto que Arona no pierde la oportunidad de mofarse de aquellos errores, ridiculizando también a los despistados que los cometieron:

“Calle de Copacabana, 129 - -No, mi buen bachicha; no es Perichola sino Perricholi. Por lo menos la doble rr no debe faltar” (N° 3: 3).
“Carabaya 140--Probablemente es Ud. el primer bobo de Lima, a quien se le ocurre escribir bovos con v, exponiéndose a que proteste D. Juan Bove” (N° 10: 3).

En El chispazo Juan de Arona publica dos de sus obras principales. En la sección “Literatura” publica su Diccionario de peruanismos y en la sección “Folletín”, Memorias de un viajero peruano.
En cuanto a la publicidad, el periódico recibe apoyo recién a partir del N° 16. Se exponen avisos sobre seguros de vida, dentistas, agentes de aduana, boticas, empresas de vino, cigarrerías, etc. Entre todos ellos destaca, por estar a página completa y con gráficos, el aviso constante de una compañía inglesa con la que se cierran las ediciones: “Bowes, - Scout, y Westem. Lima – Londres. Ingenieros, constructores e importadores. Fabricantes de toda clase de maquinaria para minería y completas instalaciones para azúcar, algodón, luz eléctrica, ferrocarriles...”.
Al final de la publicación se acostumbraba a colocar un aviso que hacía referencia a los lugares de venta y, por lo general, aparecían las direcciones o los nombres de los establecimientos que ofrecían sus productos o servicios en el periódico:

El Chispazo aparece todo los sábados por la tarde. Lugares de venta y suscrición: Librería de Colville, Plateros de San Pedro; cigarrería de Chávez Portal de Escribanos, 130, en la Botoneros, 156 B, y en la imprenta de su publicación, en donde serán atendidas las reclamaciones
En Chorrillos, en la oficina de la Estación.
En el Barranco, en la Botica.
En el Callao, librería de Nevton.
En Chicla, D. Antonio Cabieses.
Correspondencia y canjes: dirijirse a P. Paz-Soldán y Unanue, Recoleta, 279.
Colecciones y números atrasados, en la Administración, Recoleta, 279, y en la imprenta de su publicación.

Es importante anotar que la distribución del periódico no se limitaba a la capital. La sección “Correspondencia particular del “Chispazo” funciona como un espacio de comunicación en el que Arona responde las cartas de quienes solicitan el periódico, que en su gran mayoría son personas de provincia: Puno, Arequipa, Cerro de Pasco, Cuzco, Huaraz, Pacasmayo, Chanchamayo, Huacho, Chincha y Mollendo son algunos de los lugares hacia donde escribe Arona. Por lo general, la sección detalla el número de ejemplares remitidos, el dinero adeudado y la forma de pago, aunque en ocasiones también es utilizada para dar cuenta, no sin ironía, del atraso en la cancelación de un envío:

M. T. M -Casapalca.- En su apreciada de antes de ayer me dice U. que por correo anterior me remitió veinte soles plata efectiva por cuenta de recibos cobrados, por conducto del amigo señor Andrés Cobos. Aun no he visto ni los soles ni al amigo. Oportunamente le indiqué a U. que se dejara de personas seguras y que remitiera con papeleta por la Empresa del Trasandino, como lo hacía el anterior agente. U. me contestó “que temía que fuera muy caro”. Más caro sale ahora por las molestias que me impone (N° 61: 303).

Hemos mencionado el carácter dinámico de El chispazo en cuanto a su estructura. “En los trenes” tiene como autor a Jenaro Vanda y aparece en una columna titulada “Plagas de Lima”. No es muy frecuente la presencia de este espacio en el periódico. A grandes rasgos, se trata de un espacio en donde se rechazan aquellas costumbres que Juan de Arona concibe como el resultado del problema educativo que afronta La República: la holganazería, la ausencia de hábito lector, la impertinencia de los desconocidos, la falta de cordura al hablar y la fuerte inclinación por las expresiones artísticas populares
[10].

3. “En los trenes”: un malcriado a bordo de la modernidad

“En los trenes” nos narra la historia de un hombre de modales refinados que, al viajar en tren, es abordado por un sujeto afrodescendiente, a pesar de que intenta evitarlo fingiendo leer y pagando el pasaje de un niño con el propósito de aparentar, ante el inoportuno, que está acompañado. Todo es inútil y nuestro personaje tiene que soportar las costumbres de su compañero de viaje. Y más aún, hasta después de llegar a la estación. Es por ello que el relato termina con la determinación del hombre de viajar en segunda clase, no importando lo que ello signifique para su distinción, todo con tal de no ser molestado.
En el relato asistimos al (des)encuentro de dos estructuras mentales en medio de un espacio público sin restricciones, como lo fueron los trenes en el periodo
[11]. Nos encontramos ante la representación de sujetos determinados por los procesos sociales decimonónicos[12]. Por un lado, tenemos al burgués conservador, y por el otro, al individuo subalterno poseedor de una ideología liberal.
Nuestro personaje manifiesta un comportamiento moderado, vive de acuerdo con las normas. Contrasta con la personalidad del sujeto subalterno, quien se distingue por sus actitudes groseras, pues se dice que “él no aguantaba las etiquetas monárquicas de la vieja Uropa” (N° 57: 267). Esta referencia a Europa se explica a partir de la influencia ejercida por Inglaterra y Francia en los países latinoamericanos a fines del XIX, constituyéndose como los modelos culturales a seguir para las nuevas burguesías. En ese sentido, el estilo de vida de esta clase social se identifica por su cosmopolitismo.
Ahora, el cosmopolitismo rechazado por el afrodescendiente es para el sujeto burgués signo de superioridad. Podríamos decir que “En los trenes” es un texto en el que los personajes están ubicados de acuerdo con una perspectiva vertical de la sociedad. El comportamiento educado del burgués contrasta con el de su acompañante, quien definitivamente no sintoniza con su rango social. José L. Romero se expresa como sigue sobre el particular:





La preocupación fundamental de las nuevas burguesías latinoamericanas –por lo demás, como las de gran parte del mundo- fue ensayar y consagrar finalmente un estilo de vida que expresara inequívocamente su condición de clase superior en la pirámide social a través de claros signos reveladores de su riqueza. Pero no solamente mediante la actitud primaria de exhibir posesión de bienes, sino sobretodo, a través de un comportamiento sofisticadamente ostentoso. Por esa vía se buscaba dignificar a las personas y a las familias, y obtener el reconocimiento de una superioridad [...] (285).

Alberto Varillas ha señalado que la pugna entre conservadores y liberales en el siglo XIX se acentúa al abordarse temas religiosos y educacionales (242). En efecto, en función de la educación de los personajes el texto de Arona marca los límites entre el viajero molestado, quien representa la tendencia conservadora en la que el orden rige las relaciones sociales, y el sujeto del sector popular, representado con significantes negativos (“verdugo”, “malcriados”, “ganapanes”, “importuno”; también se produce la animalización del mismo: “buitre”, “tábano”, “moscón”). A través de un proceso de alteridad el individuo de la periferia juzga al burgués por seguir el paradigma europeo, y éste juzga al otro tildándolo de “grosero liberalote”.
La relación de alteridad entre ambos personajes nos aproxima a las formas de apropiación del fenómeno de la modernidad por parte de estos miembros de sectores sociales diferenciados
[13]: la modernidad para el burgués es entendida en términos de selectividad y de distinción; en cambio, para el sujeto afrodescendiente la modernidad es sinónimo de integración.
En esta dirección, el proyecto estético-ideológico de “En los trenes” nos propone al burgués como un sujeto modélico para la sociedad, lo que a su vez significa la propuesta de una modernidad en la que el orden predomina sobre la libertad social. De esta manera, en el texto se efectúa la sanción de las costumbres tradicionales en pos de una modernización cultural de la sociedad, proyecto promovido por el Estado y por grupos de profesionales e intelectuales de la época (Muñoz 34). En el sujeto burgués se concentra una nueva moral en la que la disciplina, el progreso, la moderación, la higiene y la sensibilidad estética (nuestro personaje es “excéntrico” y “caviloso”) son los valores adecuados con los cuales superar el estado de barbarie en el que se vive y encaminarse así hacia el objetivo de construir una sociedad verdaderamente moderna.
Si bien es cierto que la prensa decimonónica fue el espacio alternativo –después de la universidad– en donde se desarrollaron las posturas progresistas del periodo (Águila 61), cabe preguntarnos en qué medida se presenta ese afán de modernización, ya que periódicos como El chispazo asumen esa empresa como algo imposible. Pensamos que en el fondo se trata de un proyecto ambivalente, pues al discurso de elite modernizadora (Muñoz 18) subyace el pesimismo por una sociedad en crisis y sin posibilidad de cambios, determinándose una concepción vertical de la sociedad frente a la heterogeneidad cultural del país.
Finalmente, podemos señalar que el relato objeto de estudio nos sitúa frente a esa experiencia inconclusa que fue nuestra modernidad, puesto que si, por un lado, el espacio en el que se desarrolla la diégesis es un tren, signo del progreso junto a los vapores y a los avances de la ciencia, por el otro nos aproxima a un orden social en el que predomina la desigualdad y la exclusión, atentando de esta forma en contra de los principios republicanos
[14]. Esta visión del mundo en la que no se admite al otro se inscribe dentro del discurso propio del sujeto esclavista, categoría propuesta por Marcel Velásquez para el estudio de la construcción cultural que del afrodescendiente realiza la elite letrada decimonónica (78). El discurso del sujeto esclavista presente en nuestro relato debe entenderse en el marco del racialismo científico finisecular, el cual concebía a los afrodescendientes a partir de una óptica esencialista, culpándolos de la degeneración del orden social. La legitimación de las prácticas racistas llevada a cabo por la elite sobre la base de argumentos científicos sirvió como un mecanismo de resistencia ante el caos social producido por la interiorización generalizada de las ideas liberales y democráticas de igualdad formal, determinando de esta forma un proyecto político-moderno sólo en apariencia, pues prevalece esa mirada colonial que enclaustra al otro en la inmoralidad y la perversión, rechazando debido a estos factores toda posibilidad de contacto y superación social.

Bibliografía

ÁGUILA, Alicia del
1997 Callejones y mansiones: Espacios de opinión pública y redes sociales y políticas de la Lima del 900. Lima: PUCP, Fondo Editorial.

ALTUVE-FEBRES, Fernán
2005 Antología de Pedro Paz Soldán y Unanue, Juan de Arona. Lima: Quinto
Reino.

ARONA, Juan de
1892 El chispazo, segunda época de La Saeta. Periódico semanal de literatura, política y costumbres. Lima, sábado 12 de noviembre, Año II. N° 57.

BASADRE, Jorge
1939 Historia de la República 1822-1899. Lima: Libr. e Impr. Gil

2005 Historia de la República 1822-1933. Lima: El comercio, t.10.

MUÑOZ, Fanni
2001 Diversiones públicas en Lima, 1890-1920. La experiencia de la modernidad. Lima: Red para el Desarrollo de las Ciencias Sociales en el Perú.

ROMERO, Emilia
1966 Diccionario manual de literatura peruana y materias afines. Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

ROMERO, José L.
1976 Latinoamérica: las ciudades y las ideas. México D. F.: Siglo XXI.

TAURO, Alberto
1993 Catálogo de seudónimos peruanos. Lima: Ariel-Comunicaciones para la cultura.

VARILLAS, Alberto
1992 La literatura del siglo XIX. Periodificación y caracterización. Lima: Fondo editorial PUCP.

VELÁZQUEZ, Marcel
2005 Las máscaras de la representación. El sujeto esclavista y las rutas del racismo en el Perú. Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

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EN LOS TRENES[15]

Jenaro Vanda

Siempre que veo a un hombrecito que va apurado a
[16] tomar el tren, me lleno de consternación.
- A la idea de que no lo alcance – me interrumpe mi limeñito lector, con la sempiterna pretensión, que tanto le fomentan de que él es mu vivo.
No, señor; mi humanismo va mucho más lejos, y mi pregunta es:
- Infeliz!¿Quién será tu verdugo durante el trayecto?
Porque, dados los malditos carros americanos, como se les llama, y la vida familiar que aquí se lleva, el trayecto se convierte en un acto de sociedad entre 60 personas, en el que todos se molestan, hastían y manosean.
Allí salta forzosamente el verdugo, que al ver a un pobre pasajero solitario arrinconado en su asiento, se abalanza sobre él, se arrellana a su lado y comienza a aguijonearlo hasta el último paradero.
Un amigo mío, excéntrico célibe, se valía de todos los medios para librarse de esta compañía impuesta que ya sabía le esperaba en los trenes.
Se llevaba un paquete de viejos periódicos del anteaño pasado, se fingía abrumado en su lectura, tirándose el sombrero hasta las narices, y esparciendo algunos números sueltos en el asiento de al lado.
Nada ahuyentaba al buitre, que desde el otro extremo del coche salón lo divisaba, y acto continuo
[17] se venía sobre él desarrollando una fuerza como de 80 pollinos.
Y se le pegaba.
Ideó después hacerse acompañar de alguno de sus sobrinitos, pasando por el sacrificio de pagar pasaje y medio.
Por mucho tiempo esta débil barrera contuvo aún
[18] a los más impudentes, y nuestro excéntrico[19] célibe se pagaba de su gusto de ser enteramente dueño de su persona en todo el tránsito ferrocarrilero.
Hasta que llegó la plaga N. 1.
Un individuo que a título de muy liberal, como él decía, se creía con facultades, lo mismo que otra sarta de ganapanes de esta ciudad de malcriados, a abordar, manosear e interrogar al género humano.
La víctima lo presintió antes
[20] de sentirlo; se tapó la cara; fingió[21] que dormía, que sufría.
No le valió.
- ¡Hola! mi amigo – le dijo el grosero liberalote dándole un gran manotón en el hombro. ¿cómo se hace Ud. el que no ve a los amigos, no?
Vaya, a este chiquito lo colocaremos acá, el viaje en compañía
[22] se acorta.
- Se alarga, - gimió por lo bajo el abordado
Y empezó el cruel suplicio que debía durar media hora.
El pesado huésped se estiró en el asiento de que había desalojado al niño; le metió entre las piernas a su víctima un enorme saco de noche cuadrado que traía en la mano, y como de costumbre, comenzó a imponerle sus costumbres.
-Ese ventanillo, dijo, lo bajaremos, porque el polvo nos sofoca. (O lo alzaremos, si estaba bajo, para no asfixiarnos)
De repente exclama:
¿Pero qué clase de viajero es Ud.?¡Se ha plantado Ud. en todo el lado del sol! Esto no puede ser. Vámonos al frente.
Y quieras que no, cargó con su víctima, siempre a título de muy liberal.
Él no aguantaba las etiquetas monárquicas de la vieja Uropa.
El tren se puso en marcha.
El tábano principió por limpiarse el pecho. Vino en seguida un alargar y recoger la boca cerrada, que recordaba el movimiento de la cola de la tortolita, cuando la mansa paloma va a expeler.
- Dios nos asista! gimió la víctima, - conocedor de su peis
[23] – viene la baba, la estela del siglo XIX[24].
Y un instante después caía a sus pies
[25] una enorme plasta de saliva, que el emisor refregaba inmediatamente con la suela de su ancha bota, creyendo que esto era el non plus ultra de la pulcritud.
- ¿Cuándo se inventarán vagones-garitas? pensaba nuestro oprimido pasajero.¿O un sistema celular como en la Penitenciaría?
Y no iba muy descaminado.
El progreso industrial tiende a favorecer el aislamiento del hombre, libertándolo del prójimo importuno.
¡Cuando hasta en las cámaras de los Vapores se han sustituido las incomodas mesas largas con mesitas de una silla!
El tren sigue avanzando y el importuno no cesa de hablar; y con lo que esfuerza la voz para dominar el ruido de la marcha, se arma una atmósfera ensordecedora, que trae medio loco a su desgraciada víctima.
De cuando en cuando se interrumpe para apostrofarlo:
- Pero ¿qué diablos tiene Ud.?¿Está Ud. enfermo? ¿Está Ud. de mal humor?
- Estoy oyendo
- ¿Eh?
- Que lo estoy oyendo
- ¿Eh?
- ¡¡¡Que estoy oyéndolo a Ud., hombre!!!
Los médicos deberían prohibir que se conversara en los trenes en marcha, porque hay que hacer esfuerzos fatigantes de atención y de voz, para oír
[26] y para hacerse oír.
Con llegar a la estación ¿nos hemos librado del moscón?
No, señor, allí viene esta pregunta:
- ¿Qué camino sigue Ud.?
- Por aquí.
- Yo también
[27].
- No; me he equivocado, es por acá
- Lo mismo me da; puedo acompañarlo a Ud., la buena compañía corta el camino.
Nuestro caviloso viajero comenzó por renunciar a viajar en los trenes suburbanos de Lima.
Esto era insostenible.
Al fin..... ¡oh remedio heroico
[28], nauseabundo, denigrante, pero el único que garantizaba por completo la independencia personal en el trayecto!
Nuestro hombre decidió viajar en segunda clase, en medio
[29] de la mugre.
Allí gozaba de la vista del campo, de la lectura, de la meditación....
Y nadie se metía con él.


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(*) Ponencia presentada en el Congreso Internacional Perú XIX. Universos discursivos en la prensa peruana decimonónica, 08 de julio de 2008, en la Facultad de Letras y Ciencias Humanas, Pontificia Universidad Católica del Perú.



[1] El texto se adjunta al final del presente artículo.
[2] Para una biografía actualizada del autor, consúltese “Juan de Arona, El Censor de la República”, estudio preliminar que realiza Fernán Altuve-Febres en su libro Antología de Pedro Paz Soldán y Unanue, Juan de Arona (Lima, 2005).
[3] El seudónimo de Juan de Arona, aparte de aparecer en las secciones “Literatura” y “Folletín”, es utilizado para firmar los textos poéticos.
[4] El énfasis es nuestro.
[5] Jorge Basadre ha registrado la censura del periódico de la siguiente manera: “Pero la oposición crecía, adoptando, sobre todo, la forma de pequeños periódicos, muy buscados y celebrados por el público: La cachiporra, La tunda, El chispazo y otros. Diversas fueron las medidas adoptadas contra los redactores y editores de estos periódicos, hasta que el gobierno acabó por suprimirlos con un decreto que prohibía la publicación de más de treinta hojas llamadas “eventuales”. Al mismo tiempo, el gobierno revivió el reglamento sobre la moralidad pública expedida en 1877 que, en la parte relativa a la prensa, copiaba lo dispuesto en el reglamento de 1839” (1939: 540).
[6] Véase “Ciudad de desamparados y gobierno de amparados” (Nº 18).
[7] Véase “Un sueño” (Nº 22) y “La toma del mando” (Nº 23).
[8] Alberto Tauro señala que el apelativo “refleja una amarga circunstancia biográfica, en cuanto su uso siguió a la pérdida de la hacienda “Arona” en un litigio” (104).
[9] Recordemos que El chispazo aparece el mismo año en el que Arona publica su estudio sobre la inmigración en el Perú.
[10] Véase “El Valsecito” (N° 53: 234), texto en donde Arona exige que en lugar de la difusión de este género musical, se promueva el teatro.
[11] Fanni Muñoz anota que “los nuevos medios de transporte posibilitaron una mejor comunicación entre el centro de la ciudad y las nuevas zonas de crecimiento, lo cual favoreció el uso de los espacios públicos” (105).
[12] Alberto Varillas ubica a Pedro Paz Soldán y Unanue dentro de la sexta generación de escritores del XIX, que es conformada por todos los nacidos entre 1837/1851. Como contexto sociocultural a sus obras, Varillas anota la pugna entre conservadores y liberales, el ingreso de las doctrinas positivistas al Perú y la importancia que se le da a la educación nacional (240).
[13] En este punto nos basamos en la distinción de las tendencias modernistas realizada por Alicia del Águila en su estudio sobre los espacios urbanos de la Lima del XIX (Véase 39-43).
[14] Como señala Basadre, “la idea de ir al fomento o desarrollo nacional a través de las vías de comunicación no estuvo acompañada, como podría estarlo a mediados del siglo XX, por preocupaciones de orden social, orientadas a buscar un alza en del [sic] nivel de vida, un aumento de la productividad” (2005 t. 10: 84).
[15] Texto recogido de El Chispazo, segunda época de La Saeta. Periódico semanal de literatura, política y costumbres de Juan de Arona. Lima, sábado 12 de noviembre de 1892. Año II. Num. 57. pp. 266-267.
[16] En el texto original, la preposición “a” aparece tildada.
[17] En el texto original, aparece “Contínuo”.
[18] De acuerdo con el relato, “aun” es sinónimo de “todavía”; por lo tanto debe tildarse. En el texto original aparece sin tilde.
[19] En el texto original, “excéntrico” está escrito sin tilde.
[20] En el texto original, antes está escrito así: “ántes”.
[21] En el texto original, “Fingir” aparece con “j” en lugar de la “g”.
[22] En el texto original, “compañía” aparece sin tilde.
[23] Creemos que es un error de carácter tipográfico. Debería decir “país”. En otras columnas del periódico, aparece “peis” en letras cursivas, con el propósito de asignarle un significado particular a la palabra en función al contexto del artículo en el que se inserta.
[24] En El chispazo la baba es muy representativa de las costumbres vulgares del siglo XIX. Esto resulta evidente por sus constantes menciones en artículos diversos. Por ejemplo, en el Nº 3, con fecha 31 de Octubre de 1891, se publica un cuadro de costumbre firmado por Ajenor Vanda titulado “La baba”, y en el cual se dice lo siguiente: “La baba es el reguero del siglo XIX. Por donde quiera que vayas, darás con ella. En los vagones, en los trenes, en todo piso” (3). En la nota editorial del 28 de Noviembre de 1891, “Peste del ornato Municipal”, Arona se expresa como sigue apropósito de quienes verdaderamente ocupan los bancos de los parques: “En las noches de retreta, cuando llega la concurrencia propiamente dicha, la que directa o indirectamente sostiene al Estado, ya los consabidos están ocupados por la gran canalla, improductiva y babeante, que entre sus infinitos privilegios, cuenta con el de no estar obligada a ceder a nadie su asiento, el asiento que no paga, y cuyos alrededores pone intransitables con la laguna de babas” (N° 7: 2).
[25] En el texto original, aparece “piés”.
[26] La palabra “oír”, que se repite en este párrafo dos veces, en ambos casos aparece sin tilde.
[27] En el texto original, “también” no tiene tilde.
[28] En el texto original, “heroico” aparece con tilde en la “o”.
[29] En el texto original, “medio” forma una sola palabra con la preposición “en” que le antecede.

La visión de un mundo desacralizado: análisis semiótico del poema “La procesión del entierro” de Jaime Sabines - Por Néstor Saavedra Muñoz

El siguiente es un análisis semiótico del poema "La procesión del entierro" del escritor mexicano Jaime Sabines. El poema forma parte de su libro Diario semanario y poemas en prosa de 1961. El texto, debido a que contiene gráficos, lo he cargado en un servidor. Este es el link:

http://www.megaupload.com/?d=90P3SJ1A

La búsqueda de la amada esencial: Análisis neoretórico de “Perdóname por ir así buscándote...” de Pedro Salinas - Por Néstor Saavedra Muñoz




Dime, ¿por qué ese afán
de hacerte la posible,
si sabes que tú eres
la que no serás nunca?

Pedro Salinas

El presente ensayo tiene como objetivo desarrollar el tema de la búsqueda constante de la amada esencial en el poema “Perdóname por ir así buscándote...” de Pedro Salinas, poema que forma parte de La voz a ti debida
[1]. A manera de hipótesis, planteamos que la estructura de la búsqueda representada en Salinas se produce como un proceso doble, puesto que no sólo el amor es sinónimo de alcanzar la esencia del otro, sino que además significa acercarnos al conocimiento de uno mismo a través de ese otro amado. Además, creemos que esta búsqueda está relacionada con la aproximación a la condición original, primera, del ser humano.
Nuestra exégesis tiene como fundamento la teoría neoretórica de Stefano Arduini, planteada en su texto Prolegómenos para una teoría general de las figuras
[2]. Desde nuestra perspectiva metodológica, evitaremos caer en el análisis contenidista, el cual sólo se interesa por realizar un listado temático sin considerar el plano formal del discurso literario. En tal sentido, la exégesis aquí realizada propone una segmentación posible del poema, para luego evaluar el nivel retórico-figurativo del mismo. También haremos un breve comentario sobre los interlocutores representados en el poema, para finalmente acercarnos a su proyecto estético – ideológico.
Transcribimos el poema por completo para facilitar nuestro análisis:


1. Perdóname por ir así buscándote
2. Tan torpemente, dentro
3. De ti.
4. Perdóname el dolor, alguna vez.
5. Es que quiero sacar
6. De ti tu mejor tú.
7. Ese que no te viste y que yo veo,
8. Nadador por tu fondo, preciosísimo.
9. Y cogerlo
10. Y tenerlo yo en alto como tiene
11. El árbol la luz última
12. Que le ha encontrado al sol.
13. Y entonces tú
14. En su busca vendrías, a lo alto.
15. Para llegar a él
16. Subida sobre ti, como te quiero,
17. Tocando ya tan sólo a tu pasado
18. Con las puntas rosadas de tus pies,
19. En tensión todo el cuerpo, ya ascendiendo
20. De ti a ti misma.

21. Y que a mi amor entonces, le conteste
22. la nueva criatura que tú eras.

Creemos pertinente segmentar el poema en tres partes en función de su secuencia narrativa:
Primer segmento. Conformado por los doce primeros versos. Título: “Deseo de obtener de la amada lo mejor de su interioridad”.
Segundo segmento. Formado por los ocho versos siguientes. Título: “Encuentro de la amada consigo mismo por medio del otro”,
Tercer segmento. Constituido por los dos últimos versos. Título: “El redescubrimiento de la esencia gracias al amor”.
A nivel retórico figurativo, el poema se estructura sobre la base de lo que Lakoff y Jhonson han denominado metáforas de recipiente
[3]. La mujer es un espacio que penetra el sujeto de la enunciación en búsqueda de ella: “Perdóname por ir así buscándote/ Tan torpemente, dentro/ De ti (...) Es que quiero sacar/ de ti tu mejor tú”. Creemos que se trata de una metáfora de recipiente en la medida de que no sólo se delimitan los espacios dentro – fuera, sino que además el espacio corporal de la amada tiene un fondo: “Ese que no te viste y que yo veo/, Nadador por tu fondo, preciosísimo”.
Una de las características de la poesía moderna alude al cambio de funciones de las palabras. Es decir, las palabras no tendrán un significado intrínseco, sino que el poeta las manipulará libremente, atribuyéndole una significación particular. En Salinas se da este caso, ya que para el poeta el “tú” no es sólo un pronombre, sino que va más allá y lo emplea como un sustantivo, lo cosifica dentro de la amada: “Es que quiero sacar/ de ti tu mejor tú”. Leo Spitzer se ha pronunciado al respecto:


“...son los pronombres que, para el gramático místico que es Salinas “no reemplazan a los nombres”, sino que son substantivos, llenos de Substancias más concentradas: el tú “irreductible”, “el yo desnudo”. Por rebote, ahora, esta frase curiosa vivir en los pronombres se transforma en un “vivir entre las Esencias, las Ideas preexistentes del “Yo” y el “Tú”[4].

Otro recurso retórico importante en el poema es la paradoja, figura inmersa en el campo figurativo de la antítesis. Por medio de la oposición, asistimos a una suerte de desdoblamiento del otro amado: “Y entonces tú/ en su busca vendrías, a lo alto. / Para llegar a él/ subida sobre ti/ como te quiero”. La esencia de la amada se encuentra dentro de ella, es su yo trascendente. Lo que conoce el sujeto de la enunciación es sólo una superficie. Es por ello que el hablante básico se introduce en el otro para sacar esa esencia que la amada deseará conocer. Ahora, este conocimiento de la esencia individual por la mirada de amor del otro implica un alejamiento del tiempo lineal e histórico: “(…) subida sobe ti, como te quiero/ tocando ya tan sólo a tu pasado/ con las puntas rosadas de tus pies”/ en tensión todo el cuerpo, ya ascendiendo/ de ti a ti misma”. Aquí se ve como la esencia descubierta por el sujeto amoroso se encuentra en un nivel superior, y para que la amada pueda conocerse, necesita realizar una suerte de anulación de la individualidad, sobreponerse a sí misma. Es decir, lo que el yo poético realiza es una abstracción del amor, pero a la vez la amada también tiene que pasar por dicho proceso para poder reconocer su esencia individual.
En los dos últimos versos asistimos a una paradoja importante, importante porque nos revela la naturaleza de la esencia alcanzada por la mirada de amor del sujeto de la enunciación: “Y que a mi amor entonces, le conteste/ la nueva criatura que tú eras”. Aquí observamos como se funden el “entonces” con el “ahora”. Esa nueva criatura que le va a contestar al sujeto de la enunciación es la amada esencial, pero su esencia no ha sido por el hablante básico descubierta, sino redescubierta. Es decir, lo que se intenta decir con estos versos finales es que la esencia ha sido parte del hombre, pero que ahora se ha perdido, y es ahí cuando el amor cumple una función existencial: el re-descubrimiento de esa esencia.
En cuanto a los interlocutores del poema, este es enunciando por un locutor personaje, quien se dirige a un alocutario representado. En ese sentido, se trata de una reflexión en la que el sujeto de la enunciación intenta explicar la naturaleza de sus emociones al sujeto amado. Su amor resulta ser ciertamente conflictivo en tanto que no existe una compenetración absoluta con el otro. Es por ello que solicita comprensión ante su concepción del amor: la búsqueda de la esencia.
El proyecto estético-ideológico de “Perdóname por ir así buscándote…” se orienta hacia la búsqueda de la esencia en el sujeto amado. Esa búsqueda implica un autoconocimiento del ser amado, puesto que es por la mirada de amor que el hablante básico le revela al otro su esencia. La revelación de la esencia se presenta como un reconocimiento en el sujeto amado de su esencia original, primera. Para llegar a dicho nivel de autoconocimiento, el otro experimenta una suerte de anulación de su individualidad, tiene que ir más allá de sí mismo para alcanzar su yo esencial.
Una lectura intertextual del poema materia de nuestra exégesis lo vincula a otros que se configuran sobre la base del esquema de la búsqueda de la amada esencial. Así en Salinas podemos encontrar los siguientes versos: “Por detrás de ti te busco/. No en tu espejo, no en tu letra, ni en tu alma. Detrás, más allá”. A veces la búsqueda es inútil, el poeta es conciente de que la posibilidad de llegar al otro resulta un fracaso, y se resigna al abismo abierto entre él y el sujeto amado: “Dime, ¿por qué ese afán/ de hacerte la posible, / si sabes que tú eres/ la que no serás nunca?


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[1] Pedro Salinas. La voz a ti debida. Madrid: Alianza editorial, 1994
[2] Stefano Arduini. Prolegómenos para una teoría general de las figuras. Murcia. Universidad de Murcia, 2000.
[3] Al respecto, Lakoff y Jhonson dicen lo siguiente: “Somos seres físicos, limitados y separados del resto del mundo por la superficie de nuestra piel, y experimentamos el resto del mundo como algo fuera de nosotros. Cada uno de nosotros es un recipiente con una superficie limitada y una orientación dentro-fuera. Proyectamos nuestra propia orientación dentro-fuera sobre objetos físicos que están limitados por superficies. Así pues, los consideramos también recipientes con un interior y un exterior. George Lakoff y Mark Jhonson. Metáforas de la vida cotidiana. Madrid: Cátedra, 1986, p. 67
[4] Leo Spitzer. “El conceptismo interior de Pedro Salinas”. En Lingüística e Historia Literaria. Madrid: Gredos, 1955. p. 230.

La visión estética del mundo en La ciudad de los tísicos de Abraham Valdelomar - Por Néstor Saavedra Muñoz (*)

El presente trabajo tiene por objetivo el estudio de La ciudad de los tísicos (1911) de Abraham Valdelomar a partir de los lineamientos teóricos del estructuralismo genético de Lucien Goldmann. Nos orientamos hacia la articulación de la estructura inmanente del texto con el grupo social que la obra representa. Dicha articulación es posible en cuanto a que planteamos que la estructura categorial global que da coherencia interna y organiza la novela es la visión estética bajo la cual el mundo es concebido. Por otra parte, nuestra perspectiva de trabajo nos permite reflexionar en torno al cuestionamiento de una conciencia social burguesa y nos acerca hacia una visión desacralizadora de la realidad.






I




La propuesta teórica de Goldmann entiende el fenómeno literario como una esfera que se construye a partir de homologías con la realidad social. La correspondencia que existe entre ambos planos se da no a un nivel de contenidos, sino a nivel de las estructuras mentales o categorías que organizan –manteniendo su autonomía- la conciencia empírica y el universo creado por el escritor. De esta forma, Goldmann mantiene una posición crítica con respecto a lo que él considera una “sociología de la apariencia”[1], la cual, al analizar un texto sólo se preocupa por establecer relaciones de contenido entre la obra y la vida social en que ha sido producida[2].
En síntesis, podemos anotar algunos de los puntos
[3] más importantes del estructuralismo genético de Goldmann: a) son las estructuras mentales o categorías, y no los contenidos, las que organizan el mundo empírico de determinado grupo social y el universo creado por el escritor, b) las estructuras mentales son fenómenos sociales, el resultado de un conjunto de individuos que comparten situaciones análogas y, por ende, una visión del mundo, c) la estructura de la conciencia del grupo social y la realidad de la obra literaria están vinculadas de forma significativa. Es frecuente que los contenidos de ambos planos sean heterogéneos, y sin embargo, estructuralmente están organizados de manera homogénea y d) las estructuras categoriales son las que confieren unidad a la obra literaria. En ese sentido, la coherencia es uno de los elementos que le dan a la creación literaria su carácter estético.
Para Goldmann el abordaje de un texto literario se lleva a cabo de forma positiva si entendemos la labor interpretativa como un proceso
[4]. Dicho proceso está constituido por dos momentos: la comprensión y la explicación. El momento comprensivo del análisis se realiza cuando el investigador intenta descubrir una estructura significativa global que rinda cuenta de la totalidad del texto. Esta estructura es la que va a dar coherencia interna al texto objeto de estudio. El momento explicativo se ocupará de buscar el carácter funcional de la estructura significativa del texto en una situación dada. Mediante la explicación, la estructura inmanente es insertada dentro de una estructura englobante teniendo como finalidad el descubrir su génesis.



II



Siguiendo la propuesta estructuralista genética de Lucien Goldmann, nuestro análisis, en un primer momento, estará orientado hacia la novela como estructura inmanente, para luego ir más allá de ella en busca del grupo social que la obra de Valdelomar representa.
La ciudad de los tísicos es una novela que consta de tres capítulos. En el capítulo inicial se nos plantea un enigma, introduciéndonos, en ese sentido, a la trama principal: la relación que se establece entre Magdalena Linniers y el protagonista. El segundo capítulo tiene una función descriptiva: el paseo del personaje por calles, museos y galerías de arte. En el tercer capítulo se retoma la historia para resolver el nudo que configura la novela.
Los hechos son conocidos desde la perspectiva del narrador personaje, quien se presenta como un amante de la belleza. Con frecuencia se refiere a artistas y a una serie de personalidades ligadas al ámbito cultural.
Magdalena Linniers es una mujer elegante envuelta en una atmósfera de misterio. Sus actitudes refinadas atraerán el interés de nuestro protagonista. Ambos personajes pertenecen a la capital, Lima, ciudad que ha comenzado a revestirse con las ideas y modas europeas. Lima se rinde ante el fenómeno de la modernización. El comercio invade sus calles y plazas. Será precisamente en una tienda de perfumes, ese espacio público cargado de frivolidad, en donde se producirá el primer encuentro entre estos dos individuos preocupados por la mirada de ese otro social.
Por otra parte, Abel Rosell es un sujeto que padece de tisis. Al igual que los otros personajes antes mencionados, revela un profundo interés por el arte y la elegancia. Las cartas que dirige al narrador principal desde “B”, aldea de la sierra en donde espera la muerte luego de haber visitado París, revelan a un sujeto inmerso en un espacio eufórico, habitado por individuos poseedores de alguna particularidad, pero que tienen en común la decisión de pasar los últimos días de sus vidas de la mejor manera posible. De esta forma, los tísicos forman una comunidad integrada por individuos muy agudos y humanos en sus observaciones, como es el caso de Alphonsin, o por otros de una personalidad sensible, como en el caso de Sor Luisa de la Purificación.
En esa dirección, este breve repaso de la configuración de los personajes de la novela de A. Valdelomar, así como de los ambientes en los que se desarrolla la trama, nos ha llevado a plantear lo siguiente: la estructura categorial global que da coherencia interna y organiza La ciudad de los tísicos es la visión estética bajo la cual el mundo es concebido.
Como hemos precisado, en el segundo capítulo de La ciudad de los tísicos asistimos al peregrinaje del protagonista por lugares que provocan en él la emisión de juicios valorativos con respecto a lo que ve. Su paseo es un intento por aprehender objetivamente su entorno, pero siempre su visión del mundo será la propia de su tiempo. Su mirada será selectiva, es decir, dará importancia a ciertos aspectos que pertenecen al contexto en el que vive, lo demás se tornará secundario. Así, en el apartado “La quinta del Virrey Amat”, el protagonista muestra interés por el lado sentimental del Virrey: sus relaciones amorosas con la Perricholi. Entiende el pasado colonial como una época en la que, junto a la melancolía y al reinante temor a Dios y a lo oficial, vivió el “encantador pecado”:





Épocas de aparecidos y de mistificaciones, las damas sólo hacían tocado […] para amar y para orar, los labios sólo daban besos y oraciones y los ojos sólo lloraban el dolor del Nazareno o la infidelidad del caballero. Épocas de pecadores y torturados, de hechicerías y de santos oficios, la sonrisa franca del amor había huido a las moradas coloniales que se cerraban al “ángelus” con el “amén” del santísimo rosario. Fue, pues, la Perricholi, quien copiándose en los espejos naturales del Paseo de Aguas, o paseando en los jardines del virrey sus esbelteces de artista, de gran mujer y de gran apasionada, alegró no sólo las tardes silenciosas y enervantes de la Colonia, sino que escribió una página de la Historia, no con las plumas de ánade que marcaban los pergaminos, sino con el dardo del dios griego que encendía los corazones (2001:10-11).

La desacralización de la Colonia reviviendo los recuerdos de aquella mujer apasionada que fue la Perricholi resulta natural en un hombre que vive de acuerdo con una concepción estética del mundo. Para el protagonista la Perricholi es símbolo de frivolidad dentro de una época colonial sólida en cuanto al sistema de valores. Asistimos, de este modo, a un cuestionamiento del paradigma, al rebajamiento de una época regulada por la moral cristiana. El amor furtivo, en ese contexto, sólo puede ser sinónimo de pecado, y es pues esta ruptura con la norma lo que exalta el sujeto de la enunciación.
En el apartado denominado “El Imperio del Sol”, el narrador se encuentra dentro de un museo observando las piezas que se exponen. Desde allí nos describe la actitud festiva de los antiguos hombres del Imperio plasmada en los huacos. Resalta el gesto irónico, la risa como elemento fundamental de sus vivencias. Además de los huacos, aprecia el lujo de aquel periodo, las ligerezas que vinculan los tiempos remotos con el presente:





Vasos pintados como búcaros, platos pequeñines y coloreados con signos mitológicos, pinzas de metal para depilar, piedras pulidas que acusan coquetería de las damas. Instrumentos de tatuaje, alfileres con grandes cabezas planas llenas de pedrería, y collares, muchos, muchísimos collares con cuentas de objetos raros. Pero en todo lo que de esas gentes queda, las plumas y las telas bien valen un tratado voluminoso y profundo de coquetería, de gracia y frivolidad (2001:13).

Los objetos del Imperio no están aislados, sino que el protagonista con su discurso producto de la visión estética que tiene del mundo nos propone un pasado que es actualizado. No hablamos de piezas enajenadas, de “fantasmas”
[5] –para decirlo con Bajtín-, sino de elementos que se encuentran dentro del campo visual–ideológico del narrador y dentro del cual cobran vigencia[6]. Aún el imperio se mantiene vivo en sus manifestaciones artísticas y en los utensilios que se muestran en el museo, lo que va a provocar en el protagonista preguntas tales como: “¿[…] quién sabe si hablan más de su perdida gloria [los objetos del museo] que lo últimos restos de la raza que hoy se pierde en los campos, se entumece en las punas y llora sin saber por qué en lo alto de las colinas incaicas?” (2001:14).
En los apartados “¡La muerte toca el tambor!” y “La terrible arquera” asistimos a una relectura de lo que simbolizó la muerte para nuestros antepasados. La muerte es representada no como fin, sino como comienzo de una nueva existencia:





Esta apacible sonrisa de la muerte incaica me hace amar a la que, con su cabecita inclinada, sin pompa y sin grandeza, parece decir, humilde y cariñosa: -¡Venid!... ¡Ha llegado la hora. El viaje es largo y, tras de los valles frescos y floridos, más allá de las nieves eternas, sobre los aires y las nubes, junto a su padre Sol, nos espera el padre Manco…! (2001:16).

Al llamado de la muerte los hombres responden con alegría y danza. Pero quizás lo más interesante de esta visión estética de la muerte es la tradición que el protagonista asume como antagónica, el cristianismo:





La muerte cristiana es terrible, cruel y macabra, odiosa y sanguinaria, su guadaña hiere sin piedad y la sonrisa de su boca sin dientes es irónica y maligna. Esta muerte incaica no tiene guadaña; suena el tambor, cita y sonríe desde el montículo, y, abajo, al son de sus flautas y de sus canciones, todos sus hijos vienen… (2001:16).

La muerte incaica es misteriosamente buena; más que una juez, parece la oficiante de una fiesta fatal. Es una muerte que hace pensar pero que no hace erizar el cabello ni hace correr con más prisa la sangre. Pero esta muerte cristiana, descarada y cruel, angustiada y pavorosa, negra como la noche, callada como el misterio, es muerte inmortal y burlona, es terrible (2001:17).

Como podemos observar, hay un cuestionamiento de la imagen canónica de la muerte impuesta por el discurso religioso. La muerte cristiana es repulsiva y a ella parece estar dirigida la risa carnavalesca representada en los huacos del Imperio incaico
[7]. El protagonista nos está planteando una nueva perspectiva de la muerte, una nueva lectura con la cual problematizar el modelo cristiano.
Haciendo un balance de lo expuesto hasta aquí, podemos decir que la visión estética con la que el protagonista percibe el mundo ha efectuado, por un lado, la actualización de objetos e ideas pertenecientes al pasado. Las descripciones de lo espacios en los que se ha encontrado el narrador han implicado el acercarse a un tiempo vivo. Esta actualización del pasado hubiese sido imposible si es que el protagonista no hubiese compartido una ideología análoga con aquella perspectiva organizadora de las épocas anteriores. Por otra parte, la visión estética del protagonista, así como ha exaltado el imaginario de tiempos anteriores, ha desacralizado modelos que se presentaban como hegemónicos, como es el caso de la muerte vista desde la tradición cristiana, contraponiendo a ella el júbilo con el cual era recibida la muerte para los hombres del Imperio incaico.
Ahora, habiendo establecido como estructura significativa de la novela a la concepción estética del mundo, hay que mencionar que dicha estructura va a estar determinada por los espacios en los que se desarrolla la novela, es decir, por la capital y la aldea en la que viven los enfermos. En ambos espacios tendremos a individuos que han optado por vivir de manera artística, pero los factores que determinan esta actitud con respecto a la vida se diferenciarán en función de los cronotopos de los personajes.
El narrador principal y Magdalena Linniers viven en la capital. Lima es una ciudad que está recibiendo las primeras pinceladas de la modernidad. Como hemos anotado anteriormente, la ciudad capitalina presenta una fuerte influencia de la cultura francesa. El discurso del protagonista tiene como marco de referencia la vida parisiense. En esa dirección, la perspectiva estética del protagonista está determinada por la misma naturaleza de la ciudad que está siendo influenciada por las costumbres venidas de Europa. En cambio, el espacio de los tísicos (“B”) es un lugar que aún conserva sus rasgos de aldea; se rescata de ella la belleza de sus jardines y grutas que todavía permiten vincular al hombre con su entorno natural. Así lo señala Alphonsin en los textos poéticos en los que expone su visión de la ciudad de los tísicos:





Éste es como un pequeño templo de la naturaleza
una hora de silencio, un oasis de paz,
una aldea de ensueño… Un paisaje hecho símbolo
en estas tardes de silenciosa musicalidad (2001:45).

Sin embargo, se es conciente de que el proyecto expansivo
[8] de la modernidad está cerca, y que pronto los hombres robustos y saludables se introducirán en “B” para industrializarla y quitarle trascendencia:


Y un temor lírico me envuelve
y sin querer me hace pensar
en los grandes cuerpos musculosos
de los pobladores que vendrán
con sus rojas cabezas y sus picas como dobles guadañas,
y, manchando la limpidez horizontal
con sus enormes máquinas y sus chimeneas enormes
fijarán la silueta de la nueva ciudad;
abrirán las entrañas de los cerros morados
y las convertirán en metal;
y entonces las amadas pálidas y los desilusionados,
los que sueñan con las cosas que nunca se han de realizar,
y que son el encanto de esta ciudad de ensueño,
¡desaparecerán! (2001:46).





Con los versos de Alphonsin concluimos que el lugar en el que viven los enfermos por la tisis, sin duda, es un espacio eufórico. Entonces, su concepción estética de la existencia no radica en la modernidad de ese espacio que habitan, pues la modernidad se presenta todavía como una amenaza para ellos, sino que el factor que determina su conducta frente a la vida es el tiempo. Sus vidas están enfrentadas al tiempo, es la terrible presencia de éste el que los anima a vivir estéticamente. La conciencia de la temporalidad de “B” intensifica sus deseos y sentimientos, como en el caso de Margarita con respecto a Armando, pues “para ella la vida es una fiebre de amor y de enfermedad y todo lo demás le es indiferente, todo parece pasar en silencio y en olvido ante sus grandes ojos velados y profundos” (2001:31).
De esta manera, en la ciudad de “B” el tiempo penetra en los individuos que la habitan. Es el tiempo el que determina su comportamiento y su perspectiva de las cosas. Abel Rosell, en una de sus cartas, le cuenta al narrador principal la visión que del porvenir tiene Margarita apropósito de su matrimonio con Armando:





-Nos casamos, señor Rosell, nos casamos. No se admire; sí, estamos tísicos. Pero no es en nosotros la alegría de vivir, sino la alegría de amar. La salud ya no sirve en nosotros, los cuerpos están carcomidos, pero el amor es todavía joven; hemos asegurado el porvenir, que no es un problema, una cosa dudosa como en los sanos de cuerpo. Para nosotros el porvenir es un día, tal vez una mañana, quizás una hora; podemos “quedarnos” antes de concluir nuestra conversación, pero el amor en nosotros es tan grande que estamos seguros que nos durará hasta después de la muerte. Y esto no pueden asegurar los otros mortales… (2001:25).

Por el contrario, la capital está habitada por individuos que tienen una visión artística del mundo como marca de un fenómeno social, que es la modernidad. En ellos, el tiempo no juega ningún papel de importancia. Viven en función de los parámetros sociales y culturales de la época, ajenos a la temporalidad de sus vidas.
En síntesis, tenemos en la novela del escritor iqueño dos espacios, el capitalino y el de la aldea, el centro y la periferia, en el que la visión estética del mundo se presenta determinada por factores disímiles. En Lima, la modernidad y la expansión cultural de las potencias europeas traerán como consecuencia la asimilación por parte de la capital de las costumbres foráneas. La historia es muy distinta en la aldea de los tísicos, pues sus conductas son generadas por la conciencia que tienen del tiempo. El individuo de “B” está sometido al tiempo, tiempo que penetra en ellos determinando su desarrollo individual.



III


Hasta aquí lo concerniente a la novela como discurso inmanente. Líneas arriba hemos apuntado que la práctica literaria es el producto de una experiencia social. Desde este punto de vista, resulta inevitable dirigirnos hacia la realidad objetiva que ha servido de base a la actividad artística. Es por ello que, seguidamente, entraremos en diálogo con el plano cultural, con la estructura colectiva que nos representa la novela.
Ahora, para este momento de la explicación, hemos seleccionado como estructura que englobe la novela de Valdelomar a la conciencia antiburguesa de comienzos del siglo XX. Un acercamiento positivo a dicho grupo social nos obliga a insertarlo en una estructura mayor. En ese sentido, la comprensión de la nueva burguesía determinada por el capitalismo será, a la vez, la explicación del origen de esa conciencia antiburguesa que envuelve el texto objeto de nuestro análisis.
El desarrollo capitalista de los países del primer mundo se extiende a América Latina cuando el capitalismo se encuentra ya en una fase imperialista (1880-1890). El comercio material que se da entre nuestro continente y Europa va a determinar que los valores culturales extranjeros se impongan en las sociedades de América Latina (1976:72-74). La actividad económica implantada por Europa hizo que apareciera una nueva burguesía a comienzos del siglo pasado, burguesía que se caracterizaba por orientarse hacia la adquisición de bienes materiales, el afán de lucro eral el móvil de su experiencia cotidiana.
La conciencia antiburguesa se forma como una reacción a los intereses materiales de las sociedades latinoamericanas. El bienestar económico de los individuos no dejaba espacio a lo que las conciencias artísticas consideraban trascendente, es decir, la belleza. De esta forma, el rechazo por parte de los artistas (con sus ideales antiburgueses) de los nuevos paradigmas presentes en América Latina generó el modernismo
[9]. Sobre los poetas modernistas Francoise Perius afirma lo siguiente:





Definieron su sociedad como un mundo fútil y mediocre, regido por el más grosero “materialismo” y en el que por lo tanto no quedaba sitio alguno para la belleza artística. Ellos mismos se percibieron como marginados “aristócratas del espíritu”, especies de vestales encargadas de alimentar el fuego sagrado del Arte (1976:98).

No pretendemos aquí profundizar en lo que fue este movimiento literario, pero es preciso decir que el modernismo fue un movimiento complejo y hasta contradictorio
[10]. Lo que nos interesa resaltar es que la estructura mental que determinó el carácter de la literatura peruana a comienzos del siglo XX no se encontraba al margen de la nueva burguesía, sino que constituía una de las direcciones de la misma dentro de América Latina. José L. Romero, en Latinoamérica: las ciudades y las ideas, se expresa al respecto como sigue:





Los grupos de poetas, escritores y artistas fueron, a veces, un poco marginales, pero, en rigor, sólo en apariencia. La bohemia de los cafés, los ateneos, las redacciones y las tertulias desdeñaban los valores consagrados y las ideas generalmente admitidas; pero sus miembros estaban dentro de alguna de las varias direcciones que apuntaban en el seno de las nuevas burguesías. El materialismo novelístico trataba de penetrar los secretos de esta nueva sociedad devorada por la tentación de la fortuna fácil y del ascenso social acelerado […]. Más que desconformismo, había en él [el modernismo] un rechazo a la vulgaridad, que se confundía fácilmente con el apresurado aristocratismo de las nuevas burguesías (1976:290).

¿En qué medida la antiburguesía como conciencia de grupo es una explicación a La ciudad de los tísicos? Creemos que la conciencia colectiva antiburguesa sirve de explicación a la novela de Abraham Valdelomar en un aspecto esencial: la obra del escritor iqueño reproduce la reacción de los círculos culturales de entones hacia al materialismo fomentado por la universalización de la economía de los países de primer mundo. Esta estructura significativa puede estudiarse a partir de la situación social, política y económica que atravesó nuestro país durante el periodo de la República Aristocrática (1895-1919). La ineficacia del proyecto modernizador provocó la verticalidad de la sociedad, negando toda participación política a los sectores populares y de clase media
[11]. La intelectualidad mesocrática, de la que formaba parte Valdelomar[12], era testigo de cómo acontecía una modernidad sin modernización, puesto que si bien Lima recibía los avances industriales y tecnológicos de los países desarrollados, la elite de la época no atendía a las demandas de una colectividad social que exigía el cumplimiento del discurso republicano. De esta forma, ante el desencuentro entre las esferas de poder y la cultura mesocrática, comenzaron a establecerse dentro de esta mecanismos de inclusión, como fue la construcción de identidades aparentes[13]. Al no poder efectuarse la ansiada movilidad social por medio de la educación y el trabajo, la mesocracia optó por simular un mundo aristocrático en donde vivir. El aristocratismo se convirtió así en la actitud predominante de comienzos del siglo XX, definiéndose fundamentalmente por su orientación antiburguesa.
El proyecto estético-ideológico del texto responde positivamente a la conciencia social que representa la obra: la idea es el límite de nuestro deseo, pues si intentamos ir más allá de ella, se corre el peligro de toparse con la vulgaridad, con el desencanto de la realidad objetiva. Magdalena Linniers es una dama cuya personalidad se explica no sólo por las modas de la capital en la que reside, sino también por la visión de mundo imperante en el espacio degradado de los tísicos. Magdalena conoce “B”, ella es la mujer que visita en secreto cada quince días a su marido tísico. De esta manera, ella ha captado lo que para el narrador principal ha permanecido oculto: el lado disfórico y realista de la ciudad de los tísicos. Al ver la excitación del narrador principal por visitar la ciudad de su amigo Abel Rosell, Magdalena intenta detenerlo en pos de un mundo ideal y elevado:





Visitará usted una ciudad fantástica y encontrará una vulgar aldea de sierra. ¡Buscará usted casos extraordinarios y hallará tuberculosos agónicos! (2001:57).

-Se lo aconsejaba: no romper el encanto de lo misterioso; no hacer reales nuestros deseos; no conocer aquello que se nos presenta esfumado, porque la realidad habrá desvanecido lo extraño y lo ideal se habrá perdido para siempre! (2001:58).

Pensamos que en la relación del protagonista con Magdalena Linniers se realizan las tensiones del mundo moderno. Por un lado, está esa confianza por el horizonte cultural europeo, la emoción por el hecho de afrontarse a situaciones nuevas, el perpetuo movimiento hacia el porvenir; y por el otro, la incertidumbre por todo aquello que viene siendo desplazado, la nostalgia que subyace a los cambios y el deseo del ayer. El proyecto novelístico de Valdelomar se fundamenta en ese carácter conflictivo del fenómeno de la modernidad, ya que el cosmopolitismo y profundo arraigo del protagonista a la cultura de la ciudad encuentra su contraparte en la conciencia que Magdalena posee de las trampas que estas experiencias pueden traer consigo. La visión estética de Magdalena se determina tanto por la interiorización de la realidad foránea, siguiendo así los códigos sociales del espacio hegemónico, como por la construcción de la realidad simbólica del espacio periférico, única posibilidad de que la aldea destruida por la enfermedad sea un lugar de interés. Las palabras de Magdalena demuestran la asimilación del carácter polarizado de la modernidad; reflejan la necesidad de detenerse en medio del vértigo, de atar a la imagen el impulso por conocer, para así no desvirtuar lo que ya no existe.

Bibliografía

ÁGUILA, Alicia del
1997 Callejones y mansiones: Espacios de opinión pública y redes sociales y políticas de la Lima del 900. Lima: PUCP. Fondo Editorial.

BAJTÍN, M. M.
1989 Teoría y estética de la novela. Trad. Helena Kruikova y Vicente Cazcarra, Madrid: Taurus.

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(*) Ponencia presentada en el I Encuentro de Jóvenes Investigadores en narrativa peruana e hispanoamericana, 09 de abril de 2007, en la Facultad de Letras y Ciencias Humanas, Universidad Nacional Mayor de San Marcos. El texto será publicado en el cuarto número de la Revista Literaria Tinta Expresa, que saldrá en febrero.



[1] Lucien Goldmann. Sociología de la creación literaria. Buenos Aires: Nueva visión, 1971, p. 14.
[2] Al respecto, Goldmann se expresa como sigue: “[…] un gran sector de la sociología contemporánea de la literatura estaban y están todavía guiados por la búsqueda de correspondencias entre la obra y el contenido de la conciencia colectiva. Los resultados de los trabajos de este tipo eran fáciles de prever […]. En la medida en que consideran la obra como un simple reflejo de la realidad social se afirman como más eficaces cuando se aplican a obras poco creadoras que reproducen la realidad con un mínimo de transposición; e incluso, en el mejor de los casos, desmenuzan el contenido de las obras, insistiendo en sacar a la luz lo que es reproducción directa de la realidad y dejando de lado todo lo que se refiere a la creación imaginaria” (1969b:215). Es evidente que aquí se está aludiendo implícitamente al realismo crítico de Georg Lukács, teoría que se interesa por los aspectos que reproducen, a manera de reflejo, la realidad empírica. Dicha reproducción de lo social se realiza por medio de la idea de compromiso. La novela debe, necesariamente, reflejar los conflictos de clase para que así los lectores puedan reconocerse como sujetos sociales. En esa dirección, el proceso de análisis propio de la teoría luckacsiana provocaría una ruptura de la unidad de la obra, puesto que hay una preocupación por ver en ella lo que es reproducción directa de la realidad. Lo estético, para Lukács, estaría condicionado por la trascendencia del contenido social presente en la forma literaria. Ante ello, la propuesta de Goldmann se orienta a establecer una autonomía del proceso material-social y el trabajo artístico.
[3] Goldmann, Op. cit., p. 14
[4] Ibid, pp. 20-21
[5] Al estudiar la novelística de Goethe, M. M. Bajtín observa que en ella no hay una disolución del tiempo y el espacio. Según Bajtín, en las descripciones de los espacios Goethe busca y encuentra un movimiento visible del tiempo histórico. A la visión formativa de Goethe (“Cultura del ojo”) lo que le importa es, ante todo, “la huella palpable y viva del pasado en el presente” (1989:224). Todo aquel elemento del pasado que no forma parte del momento presente es visto por Goethe como un fantasma: “Goethe quiere ver los vínculos necesarios del pasado con un presente vivo, quiere comprender el lugar necesario que ocupa el pasado en el proceso permanente del desarrollo histórico. Un pedazo aislado y enajenado del pasado es para Goethe un “fantasma” profundamente repulsivo y horrible (1989:225). La visión cronotópica de Goethe hace que los paisajes en sus novelas estén encarnados de la historia de la humanidad, de otro modo quedarían en un nivel abstracto de descripción. En esa dirección, el tiempo y el espacio son entendidos como una unidad en la que ambos se complementan necesariamente.
[6] Goldmann se ha manifestado sobre la perdurabilidad de las obras de arte diciendo que “tenemos cierta visión del mundo, en un medio y en una época dada. Ella nos da acceso a ciertas obras, y no a otras” (1969a:51).
[7] El carnaval se configura como una visión del mundo que se contrapone al sistema cerrado de lo oficial. La carnavalización es un proceso por el cual las reglas y las ideologías dominantes son rebajadas a un plano en el que se establece la libertad, las fronteras entre lo oficial y lo popular de desvanecen. De esta forma, la imagen canónica es rebajada produciéndose así un proceso de desmitificación, permitiendo así una nueva lectura de los paradigmas cuestionados
[8] Néstor García Canclini denomina así a “la tendencia de la modernidad que busca extender el conocimiento y la posesión de la naturaleza”, por medio de los descubrimientos científicos y el desarrollo industrial (2001:52).
[9] La conciencia artística de los modernistas se elevaba por encima de las actitudes “normales” de los burgueses. En un artículo publicado en La prensa titulado “Literatura de manicomio”, Valdelomar exalta la figura de los locos como individuos que no se insertan en el sistema vulgar de los burgueses: “Para el médico siquiatra, el tipo de hombre perfecto es el equilibrado en todas sus facultades, aquel en que una facultad determinada no predomina sobre las demás [...]. El tipo ideal es el burgués tranquilo [...]. ¿Vale la pena ser normal? La normalidad es mediocridad” (2005: 139). En la novela, la conciencia artística de los modernistas la hallamos, por ejemplo, en el apartado “Actitudes redondas y actitudes cuadradas” en la que Alphonsin alude al carácter simbólico de las manos: “las manos largas representan la línea recta, el símbolo, el espíritu. Las manos redondas representan la línea curva, el realismo, la carne. Las manos largas son la aristocracia; las redondas son la burguesía” (2001: 27).
[10] Una de los problemas del modernismo que para los estudios literarios ha sido materia de debate es el que atañe a la periodización dentro del mismo. Según Pedro González, hay una etapa “preciosista y deslumbradora” que no se debe extender a la totalidad del movimiento, pues sería “ una exageración sin base histórica” (1958:46). La generalización del carácter de esta etapa al modernismo en conjunto ha generado el antagonismo existente entre dos figuras pertenecientes a este movimiento literario: Rubén Darío y José Martí. En Sobre el modernismo, Juan Marinello lo expresa de la siguiente manera: “Mientras que Martí dice que lo francés, de gracias muy captadoras, no posee fecundidad genuina para regir nuestras letras, Rubén Darío saluda a todas las cumbres europeas, pero ‘en mi interior: Verlaine”. (1959:23). En este debate también participaron importantes figuras de nuestra tradición literaria. Luis A. Sánchez nos cuenta que José Santos Chocano, en La neblina (mayo de 1987), comenta Los raros diciéndole a Rubén Darío que se preocupe por temas americanos y abandone los franceses (1989:1489-1490).
[11] Los estudios literarios (Mc Evoy 1999:306, Águila 1997:194) han observado en La ciudad de los tísicos una alegoría del estado de crisis en el que vivió nuestro país debido al orden político degradado de entonces.
[12] Carmen Mc Evoy. “Entre la nostalgia y el escándalo: Abraham Valdelomar y la construcción de una sensibilidad moderna en las postrimerías de la República Aristocrática”. En Forjando la nación. Ensayos de historia republicana. Lima: Pontificia Universidad Católica y The University of the South, 1999, pp. 247-313.
[13] Ibid, p. 253.