lunes, 28 de mayo de 2012

La estética de la violencia - Marcela Robles

Ayer leía el periódico y encontré este artículo. Como me parece interesante, lo comparto aquí. 

Marcela Robles. «La estética de la violencia». En El Comercio. Lima, 27 de mayo, 2012, p.12.
No. No es gracias a una conocida marca de gaseosa que todo irá bien en la vida porque «refresca mejor», ni la nueva generación adolescente será más cool por tomar un determinado tipo de leche; ni tampoco necesitamos un aparato de alta tecnología para poder captar un momento feliz: babosadas que la publicidad intenta hacernos digerir con sus más sofisticadas (y la mayoría de las veces ramplonas y evidentes) mañas.
            Pero hay algo que en cierta medida sí puede lograr un cambio: el arte, y en este caso, más concretamente, el cine, el teatro y la literatura, que nos permiten vislumbrar lo que muchas veces no podemos ver porque estamos adormecidos.
            ¿Se han preguntado, por ejemplo, por qué no toleramos en la vida real lo que le ocurre al vecino, al colega de trabajo o al amigo más querido, cuando somos perfectamente capaces de comprender y hasta aplaudir a los personajes de una novela o una película, y elevarlos a la categoría de héroes o antihéroes?
            Por nombrar solo una, recuerdo «Una historia violenta», filme del sobrenatural David Cronenberg. Una película impecable en su género, en que la violencia, el sexo y los valores se confunden en una trama endemoniada. Sin embargo, cuando todo el horror ha amainado, somos capaces de entender el perdón, el bien que predomina sobre el mal y el amor que destierra al odio. Justo ahí, donde otros son solo capaces de ver sangre y muerte.
            Porque cuando no es gratuita y se sobreponen la creatividad y el talento, la violencia puede alcanzar un nivel estético. Ese que nos demuestra que hay extravagantes alternativas a nuestras a veces mediocres maneras de ver las cosas, que no necesariamente son censurables, sino que escapan a toda denominación.

            Es ahí donde reside parte de la grandeza de la dimensión artística: en que nos fuerza a ir más allá de nuestros límites para transitar caminos poco ortodoxos. Porque cuando esas situaciones nos tocan la puerta de la vida diaria, generalmente no podemos comprender al prójimo más cercano y salimos corriendo a confesar nuestros pecados

            El arte nos confronta con aquello que realmente somos capaces de ser o hacer, en este «mundo azul como una naranja», en la versión de Paul Éluard.