sábado, 27 de octubre de 2012

«LE TEMPS DETRUIT TOUT»




Algunas notas sobre Irreversible (2002) de Gaspar Noé
Por Néstor Saavedra Muñoz

Impactante, visceral, tensa; es lo primero en que pensé al terminar de ver Irreversible (2002) de Gaspar Noé. Nos lo había advertido amigos y alguna que otra reseña que ronda por la web: un film complicado de digerir para sensibilidades poco acostumbradas a las representaciones crudas del desencanto social, de la degradación humana, del caos y nihilismo contemporáneos. 
La película se constituye por una peripecia simple: Marcus (Vincent Cassel), hombre de espíritu liberal, busca vengar a su esposa, Alexandra (Mónica Bellucci), quien ha sido víctima de la más cruel y despiadadas de las violaciones. A simple vista, quien narre la historia de este modo no provocará ninguna reacción. Y es que, más allá del evento narrado, la película de Noé se distingue por su configuración simbólica y disposición formal.
El tema no es, de ninguna manera, novedoso. Se inserta a una larga lista de producciones modernas que ya han tomado como leitmotiv la corrupción social, la devaluación de los sujetos que habitan el espacio citadino y el pesimismo frente al devenir. Pensemos en A Clockwork Orange de Kubrick (¿acaso la obra maestra del género?), o en películas algo más recientes como Funny Games de Haneke, o Transporting de Boyle. Sin duda, quien busque una nueva visión de mundo, un aporte ideológico sobre estos tópicos en Irreversible, en concreto no la hallará, pues, como señalamos, este film enfatiza en su estructuración más que en la representación de una perspectiva social diferente. He ahí que podría cuestionarse la pobreza de la trama.
Entonces, centrémonos en el aparato retórico-figurativo del texto.
 
Irreversible se sustenta en una mirada particular del destino humano: está escrito en tinta indeleble, es lúgubremente inalterable, aunque pueda vislumbrarse cuan extraña ráfaga. Y la ciudad es un espacio polarizado, un (des)encuentro entre el mundo oficial, permitido, y la periferia, «el bajo mundo», de honda raíz antiburguesa. La violencia de la película, precisamente, está determinada por la relación conflictual entre estos dos espacios.
     
 
El trabajo con la dispositio se observa desde la presentación misma de la película, pues se rompe el código fílmico al aparecer, de modo introductorio, los créditos finales del film, y de arriba hacia abajo de la pantalla. En cuanto a la narración, Irreversible se distingue por una diégesis no lineal, técnica antiquísima cuyo objetivo principal es estimular la expectativa del espectador. En este caso, nos interesa enterarnos la razón por la cual, en un principio, Marcus y su amigo Pierre (Albert Dupontel) -ex pareja de Alexandra- se enrolan en una vertiginosa persecución.

Personalmente, nos resulta interesante el esquema simbólico que subyace al discurso. Creemos que la trama se articula a partir de la alegorización de la ciudad como un cuerpo. Una de las escenas clave de la película es aquella en la que se cruzan el mundo de arriba (Alexandra) y el mundo de abajo («El Tenia»). Es, precisamente, el momento de la violación. El choque cultural tiene lugar en un espacio que, para fines estético-ideológicos, no nos resulta nada gratuito: un túnel solitario, y de paredes escarlatas, color que quizá vaticina la tragedia. En ese sentido, se instaura una metáfora en la que el agresor es, verdaderamente, una tenia, una criatura que destruye, carcome las entrañas de la ciudad/cuerpo desde su condición parasitaria. Aniquila, se alimenta en ese túnel/intestino en el que, fatídicamente, se interna Alexandra. Es más, de aquí se desprende la configuración de metáforas orientacionales que se fundamentan en un paradigma clásico de homologaciones de categorías de valor: el mundo de arriba está asociado con lo eufórico, y el mundo de abajo, con lo disfórico. Recordemos que Alexandra, minutos antes de ser ultrajada, se encontraba en una fiesta acompañada de Pierre y Marcus, y de la que se retira repentinamente por una pelea que sostuvo con este último. En otras palabras, Alexandra se traslada de arriba (la fiesta se llevaba a cabo en un edificio), hacia abajo (el corredor debajo de la autopista). Dicha intención significativa también se hace evidente en la ubicación del centro nocturno en el que se refugia «El Tenia», el Rectum («recto», en su traducción del francés), que se encuentra en un sótano al que Marcus ingresa y tiene que ir descendiendo y descendiendo en búsqueda del agresor de su mujer, y el recorrido se percibe como un alocado viaje dantesco por distintos escenarios sexuales, de la mano de un guía carnavalizado (un homosexual) que lo conduce por esos círculos infernales de la ciudad, al tiempo que intenta seducirlo.

Es, en este contexto, que los personajes se encuentran con su devaluación final; Marcus es sangrientamente atacado (le rompen el brazo) y casi ultrajado por el acompañante de «El tenia», que luego será asesinado por Pierre en defensa de su amigo (la otra escena impactante de la historia, pues el crimen se comete con un extinguidor, golpeando rotundamente el rostro de la víctima). Así, con el crimen de Pierre, asistimos a la corrupción moral de quien representaba, hasta ese momento, la cordura, el orden, lo apolinio; degeneración de la que será testigo «El Tenia», observándola de pie, cerca de los cuerpos malheridos, con la más luciferinas de las complacencias.





miércoles, 3 de octubre de 2012

Carta III (Tabitha, la Mísstica)

   


Sí, Coronado, ya hemos dicho que tu ciudad es la de los bocinazos, que tu Palacio de Gobierno lleva a todas horas una corona de gallinazos (¿qué es lo que se anda pudriendo desde tiempos inmemoriales en esa oficina de Gerencia Presidencial?), que tus mañanas guardan todas la histeria de los lunes, que el transporte público… que la seguridad ciudadana…
"La esperanza está en los jóvenes", se replica en parques, bodegas y esquinas. ¿Y dónde están los jóvenes? Estudiando. ¿En dónde? En institutos y escuelas superiores, universidades públicas, privadas, técnicas, tecnológicas, católicas, masculinas, femeninas, open mind...; en universidades andinas, del sur (y del norte y del centro y del oeste, esto debe ser una corporación educativa), en universidades científicas (¡acaso aún no se dan cuenta de tan salvaje pleonasmo!); en universidades para prostáticos, gordos, altos, estreñidos, bipolares, tontos, etc., etc., y etcéteras de etcéteras. Todas ellas sirven de hábitat natural para una especie rarísima, única en su género: el intelectual moderno.
De todos ellos, confieso que conozco de cerca a uno. O mejor dicho, a una. Responde al nombre de Tabitha. El avisado lector podrá cuestionarme de tomar un punto de vista general, poco objetivo sobre el tema, pero por el momento no cuento con otro mejor para poder explicar tan curiosa situación en la que se encuentra el ámbito académico profesional de hoy en día.
Decía que conozco a esta mujer. Tabitha es una intelectual por donde se la mire: catedrática en dos universidades, escritora doméstico-nocturna, periodista de opinión los domingos, conferencista una vez al mes y jurado internacional de grado cada año.
Cada mañana, Tabitha despierta y sacude sus alas. Una vez en el espejo, se rasca la barbilla, se preocupa por acomodar sus anteojos de montura cuadrada, su chalina de colores sobrios y demás indumentaria oficial del científico urbano; coge su maletita institucional, y sale a la calle.
Aborda su auto del año (tiene un auto, sí, se lo concedió el Ministerio de Educación en mérito a su trayectoria en el campo de la investigación), y se dirige a la universidad. Sin embargo, una cuadra antes de llegar al recinto, estaciona su vehículo para convertirse en una ciudadana de a pie, pues frente al volante –piensa- los alumnos de los alrededores no podrían apreciar de cerca su competencia reflexiva y su mirada perspicaz, perdidamente intelectual.
Una vez en el patio de la Facultad, enciende un cigarrillo europeo y camina sin prisa. Rápidamente se aproximan sus discípulos, muchachitos que reconocen en la profesora a la luminaria del siglo XXI y a la guía espiritual de sus vidas. Con ellos, y otros intelectuales del momento, Tabitha organiza esporádicamente charlas privadas en donde se somete a juicio reflexiones sobre literatura, arte, política y otras disciplinas. Entre sus filósofos favoritos se encuentra Platón, definitivamente; en cada sesión, de alguna u otra manera, siempre se evoca, al tiempo que se celebra, aquel pensamiento de la antigüedad (también saben de Aristóteles, pero es simplemente por si alguien les quiere dar la contraria). Su predilección está rigurosamente fundada en relación a los conocimientos previos que maneja cada uno de los participantes: una docente siempre interviene en la reunión no sin mencionar a Platón, su mascota de infancia, mientras que otro profesor recuerda con candidez aquel episodio de su vida escolar en la que dio el nombre del filósofo griego cuando su maestro le preguntara por el último planeta del sistema solar. Entre anécdotas, risas, deslices, galletitas, refrescos y cordiales muestras de asombro ante lo que se sospecha, en algún diálogo, como una idea brillante, Tabitha y su comunidad científica van forjando saberes novísimos.
No se crea que sus méritos no están registrados. Para aquellos que dudan de la lucidez de Tabitha, pueden revisar su bibliografía más reciente: su estudio más importante tiene 70 páginas y lo presentó para graduarse de su segunda maestría. Se titula Problemas sicomotrices en la colocación del punto de la letra i en niñas de su casa. Actualmente, está abocada a su último ensayo que espera publicar pronto, del cual el título ya lo tiene listo y, sin falsa modestia, personalmente le encanta: La enseñanza del bien y del mal a partir del uso del lápiz bicolor en niños de 4 años de cabello oscuro y nariz respingada.
Su amor por el arte también la distingue. Es más, la comunidad científica admira la forma particular en la que conjuga, en su intelectualidad, la flemática neutralidad del investigador, y la emoción y sensibilidad propia de la praxis estética.
Ante todo, es poeta, porque escribe y vive poéticamente. Más allá de que se lo reafirmen críticos y colegas amigos, en cada verso libre que concluye ella encuentra la señal irrefutable de que, efectivamente, cabe en el Parnaso de la Fama (como buena aficionada a los reality shows, Tabitha fantasea con estar dentro de «La gran casa» codo a codo con Goethe, arranchándole las cucharadas de opio a los poetas malditos por una cuestión de salubridad los fines de semana, o intercambiando lápiz labial y mascarillas con Wilde o García Lorca). Procura escribir con cierta constancia, por lo general después de sus compromisos académicos, ya en la cama y empijamada. A media luz, enciende su Tablet 3.0 y comienza a teclear hasta descorazonarse, hasta sentir cosquilleos en la barriga, hasta ser poseída por un temblor divino, hasta visualizar un terremoto en China o la próxima caída de la bolsa de Nueva York. Todas estas experiencias físicas y esotéricas que siempre han encandilado a sus auditorios interesados en la literatura A1, al fin serán reunidas en el próximo manual que nuestra teoricista repartirá a los asistentes a Poesía poéticamente poética: 10 tips prácticos para hacer poesía exitosa y de exportación, su próximo taller sobre escritura creativa.
Por todo lo expuesto, excelentísimo Coronado, no hace falta decir que Tabitha y su entorno están construyendo la historia del pensamiento contemporáneo. Sus propuestas teóricas e investigaciones hermenéuticas están tejiendo el porvenir mundial, la salvación a las crisis modernas desde el trabajo con el intelecto. Es indudable. Sin embargo, es más indudable aún el hecho de que si Platón viviera, hubiese sido el primer expulsado de su República; sus sentencias e ideales, cuan manzanas, habrían caído siempre del Árbol de la Sabiduría Malsana para la Academia. Quizás hubiera sido un pordiosero desencantado, un malcriado que a nadie le importa; o con la más justa de las dignidades humanas, por las tardes, y por hambre, de seguro hubiera tirado un plástico azul sobre algún puente viejo de tu ciudad para vender hisopos, cajitas de fósforos y agujas. Y de no haber clientes, haría cosas que de verdad valgan la pena, tales como leer chistes, el horóscopo, o resolver el sudoku.
Tengo muy claro que el único beneficiado con Tabitha y los intelectuales de hoy sería Aristóteles, pues ya no le importaría que desde hace siglos nadie encuentre la parte de su Poética que versaba sobre la comedia. Ahora, sin problema alguno, con tanta cientificidad non plus ultra, podría armar hasta dos volúmenes sobre el asunto: la comedia letrada de hoy y la venidera, hasta que alguien, aunque sea por caridad, le ofrezca un trabajo honorable y mejor remunerado a su loco y ambulante amigo, Platón.