lunes, 28 de diciembre de 2009

Talleres de verano - dESCRÍBEte



INICIO DE CLASES: ENERO 2010
INFORMES e INSCRIPCIONES: lamusaracnida@gmail.com
TELÉFONO: 4505394- 980348390
LUGAR: Jr. Virrey Abascal 114 Int. 302 (entre Javier Prado y Petit Thouars)
COSTO de cada taller: S/. 250.00
S/. 200.00 (estudiantes y jubilados)
Las clases serán 8 distribuidas en 4 semanas.
*Se entregarán materiales.
NOTAS: Recomendamos separar la vacante con tiempo, para ello, les proponemos cancelar el 50% del costo total y la otra mitad el primer día de clases.
Las vacantes son limitadas.

domingo, 25 de octubre de 2009

¡Metallica en Lima!








Quintín Mugrosso alguna vez quiso escribir esto: Metallica en Lima. Ahora la noticia es confirmada: 19 de enero de 2010 - Estadio de San Marcos. La banda abrirá su gira latinoamericana en nuestro país, ¡qué lujo!

Terra informó así: La noticia más esperada por los fanáticos del rock ha sido develada: Metallica, acaso la banda hard más importante del mundo, tocará en Lima el próximo 19 de enero, dentro de la gira mundial que promociona su nuevo álbum, “Death Magnetic”, y que el próximo año recorrerá países como Colombia, Venezuela, Chile y Argentina, según revelaron a Terra Stereo fuentes de Universal Music.

Mugrosso se queda con este Metallica....








Aunque el concierto en Lima sea con los señores de aquí abajo (¡¡¡Cómo se extraña a Newsted carajo!!!), igual Mugrosso estará de cabeza... ¡Gracias Diosito!






miércoles, 9 de septiembre de 2009

Coloquio Internacional "Lo fantástico en la literatura y el arte en Latinoamérica"



Viernes 11 de septiembre de 2009

Inscripción y entrega de credenciales: 09:00 – 10:00 hrs.
Inauguración: Gonzalo Portals Zubiate, Presidente del Comité Organizador 10:00 – 10:15 hrs.

Conferencia Magistral 10:15 – 11:15 hrs.:
Vicente Luis Mora. (Instituto Cervantes de Albuquerque, EE. UU.) Las ciudades invisibles de la literatura fantástica latinoamericana, de Jorge Luis Borges a César Aira



Programa


MESA 1



11:30 – 12:45 hrs. Construcciones de lo fantástico


José Güich Rodríguez (Universidad de Lima)Estrategia narrativa en el cuento La trama celeste, de Adolfo Bioy Casares


Jim Alexander Anchante Arias (Universidad Nacional Mayor de San Marcos)Configuración del lecto-personaje en dos cuentos hispanoamericanos


Andreas Kurz (Universidad de Guanajuato, México)Conceptos confusos – contenidos compartidos: lo fantástico entre Carpentier y Arguedas


Modera: Edwin Canaza


RECESO

MESA 2



15:00 – 16:15 hrs.Travesías de lo fantástico


César Espinoza García (Universidad Nacional Federico Villarreal)Elementos fantásticos en la narrativa de Carlota Carvallo: una lectura del cuento La niña antigua (1958)


Nini Johanna Sánchez Ávila (Universidad Distrital Francisco José de Caldas – Colombia)Los juegos del demiurgo, los asedios del creador: consideraciones a La noche de la Trapa de Germán Espinosay Frankenstein de Mary Shelley


Edwin Canaza (Universidad Nacional Mayor de San Marcos)Consideraciones en torno a “lo fantástico” y “lo siniestro” en el cuento Casa tomada de Julio Cortázar


Modera: Raschid Rabí

Conferencia Magistral 16:30 – 17:30
Isaac León Frías (Universidad de Lima)Lo fantástico en el cine


MESA 3



17:45 – 18:45 hrs. Lo fantástico en Hispanoamérica


Raschid Rabí (Universidad Antonio Ruiz de Montoya)¿Es Mort Cinder un superhéroe latinoamericano? La obra de Breccia y Oesterheld en relación con el género de superhéroes

Patricia García García (Dublin City University, Irlanda. Universidad Autónoma de Barcelona, España) Los escondites de la realidad: el espacio fantástico en Mi hermana Elba (1980) de Cristina Fernández-Cubas


Modera: Jorge Ramos Cabezas

Mesa de narradores peruanos 19:00 – 20:15 hrs. Lenguaje y realidad: la representación de lo imposible


Participan: Enrique Prochazka, Nilo Espinoza Haro, Edgardo Rivera Martínez

Modera: Gonzalo Cornejo


Sábado 12 septiembre de 2009

MESA 4



09:15 – 10:30 hrs.Modernidades de lo fantástico


Jorge Ramos Cabezas (Universidad Nacional Mayor de San Marcos) El microrrelato fantástico peruano y la Generación del 50


Diana Rodríguez Díaz (Universidad Nacional Mayor de San Marcos)El Supercholo como discurso icónico de la modernización y la cultura popular

Fernando García (Universidad Antonio Ruiz de Montoya) Constatación de Tlön


Modera: Christian Elguera

MESA 5



10:45 – 12:00 hrs.Nuevos mundos fantásticos


Christian Elguera Olórtegui (Universidad Nacional Mayor de San Marcos) Albores de la literatura fantástica en el Perú: estilos e influencias en la literatura gótica del XIX


Daniella Wurst (Pontificia Universidad Católica del Perú)Criaturas desafiantes: los conejos en Carta a una señorita en Parisde Julio Cortázar; y las papas en Dearthde Aimee Bender. Un contraste de elementos neo-fantásticos y los factores que influyen su mensaje


Rubén Quiroz Ávila (Universidad Científica del Sur) Máquinas voladoras en la Colonia: El caso de Santiago de Cárdenas, natural de Lima


Modera: Marcel Velázquez

Conferencia virtual 12:15 – 13:15 hrs.
Lo fantástico según Edgar Allan PoeDavid Roas (Universidad Autónoma de Barcelona, España)
Modera: Elton Honores

RECESO

Conferencia Magistral 15:00 – 16:00 hrs.
Carlos Calderón FajardoPor qué escribir literatura gótica (Lo gótico y lo neo-gótico en el Perú)

MESA 6



16:15 – 17:30 hrs.Latinoamérica fantástica


Juan R. Cuya Nina (Universidad Nacional Mayor de San Marcos) La antropofagia como imagen neofantástica. Una lectura de La apoteosis de la maestra de María Tellería Solari


Hernando Motato C. (Universidad Industrial de Santander-Colombia) Lo fantástico de los dobles en tres cuentos latinoamericanos: Doblaje, de Julio Ramón Ribeyro; Lejana de Julio Cortázar, y Trinidad, de Germán Espinosa


Nehemías Vega (Universidad Nacional Mayor de San Marcos)El tema del doble en dos autores peruanos: Clemente Palma y Julio Ramón Ribeyro


Modera: César Espinoza

MESA 7



17:45 – 18:45 hrs. Realidades fantásticas

Elton Honores (Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Universidad San Ignacio de Loyola)Alegoría del Apocalipsis en El tiempo del fin de Manuel Mejía Valera


Irene Cabrejos de Kossuth (Instituto Riva Agüero – Pontificia Universidad Católica del Perú)


Neguijón: el humor, lo inverosímil y lo fantástico. En torno a la novela de Fernando Iwasaki

Modera: Nehemías Vega

Proyección de vídeo 18:45- 19:00 hrs
Julio Ramón Ribeyro: la palabra elocuente
Dir.: Katherine Durán, Arianna Castañeda y Ángela Luna

Conferencia Magistral 19:15 – 20:15 hrs.

Poe y Cortázar: universos en contactoMelvin Ledgard (Pontificia Universidad Católica del Perú)

Clausura. 20:15 – 20:25 hrs. Pisco de Honor

Actividades paralelas: Exhibición y venta de revistas de literatura peruana y libros de autores nacionales y extranjeros 14:30-19:00 hrs.
Participan: Ajos & zafiros, Ínsula Barataria, Casa de citas, Nudos y laberintos, Tinta Expresa


Instituciones representadas


Perú:

Universidad Nacional Mayor de San Marcos

Pontificia Universidad Católica del Perú

Universidad de Lima

Universidad Antonio Ruiz de Montoya

Universidad Nacional Federico Villarreal

Universidad San Ignacio de Loyola

Universidad Científica del Sur

España:

Universidad Autónoma de Barcelona

México:

Universidad de Guanajuato

Colombia:

Universidad Distrital Francisco José de CaldasUniversidad Industrial de Santander

lunes, 7 de septiembre de 2009

Coloquio Internacional “Julio Ramón Ribeyro: Las palabras del mudo”



3 y 4 de diciembre de 2009

Sala de conferencias del
Centro de Estudios Literarios Antonio Cornejo Polar

Estimado (a) colega:

Al celebrarse los ochenta años del nacimiento del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro (1929-1994), el Centro de Estudios Literarios Antonio Cornejo Polar, con el auspicio de la Escuela de Literatura de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la UNMSM, tienen el agrado de invitarlo al Coloquio Internacional “Julio Ramón Ribeyro: Las palabras del mudo”, evento que busca la participación reflexiva en torno a la obra de uno de los narradores peruanos más importantes del siglo XX. Para ello, proponemos dos ejes centrales complementarios: trabajos de investigación sobre la totalidad de la producción de Julio Ramón Ribeyro y sobre la Generación del 50, con el propósito de establecer vasos comunicantes entre Ribeyro y su generación.

Ejes temáticos propuestos:

1. Obra completa de Julio Ramón Ribeyro: Narrativa (cuento, novela, prosa). Teatro. Ensayo. Auto-documentos: (Diarios, Cartas).
2. La Generación del 50: Realismo urbano y narrativa fantástica. El microrrelato. Modernidad y posmodernidad.


Resúmenes y ponencias

El plazo de envío de las propuestas de sumillas será el sábado 24 de octubre de 2009. La sumilla, de aproximadamente 250 palabras, debe contener: Título de la ponencia, resumen descriptivo, nombres completos, teléfonos y, de manera opcional, la filiación institucional. El Comité Organizador acusará recibo de las propuestas y notificará la aceptación de las sumillas antes del 31 de octubre. Para garantizar que el nombre del ponente y su trabajo aparezcan en el programa, la confirmación deberá hacerse a más tardar el 7 de noviembre.
La extensión de las ponencias no deberá exceder los 15 minutos de lectura oral. La lengua del coloquio es el español.
Las sumillas y propuestas de mesas deberán ser enviadas únicamente a la siguiente dirección:






Inscripciones

Las cuotas de inscripción para el coloquio son las siguientes:
Ponentes provenientes de entidades europeas y norteamericanas: US$ 40 (cuarenta dólares americanos)
Ponentes provenientes de entidades latinoamericanas, africanas o asiáticas: US$ 20 (veinte dólares americanos)
Ponentes provenientes de entidades peruanas: S/. 30 (treinta nuevos soles)

Costo de Certificación para asistentes no ponentes:
Público en general y estudiantes S/. 25 (veinticinco nuevos soles).

Los pagos por derecho de inscripción y/ o certificación de asistencia deberán ser cubiertos en la sede del Coloquio antes de la sesión inagural del evento.
En espera de recibir sus resúmenes y contar con su valiosa participación, la(o) saludamos cordialmente

El comité organizador

Gonzalo Cornejo
Centro de Estudios Literarios Antonio Cornejo Polar

Jorge Coaguila
Universidad Nacional Mayor de San Marcos

Elton Honores
Universidad Nacional Mayor de San Marcos
Universidad San Ignacio de Loyola

Asesor Académico
Antonio González Montes
Universidad Nacional Mayor de San Marcos

sábado, 22 de agosto de 2009

Tristura

No hay más estrellas que las que dejes brillar
Tendrá el cielo tu color

Seru Giran – “Nos veremos otra vez”


Era poco más del mediodía cuando Alirio puso fin a sus rezos. Al abrir los ojos se dio cuenta de que Dinora, su madre, continuaba sentada en el sillón haciendo trazos sobre el cuadernillo. Sin decir una palabra, Alirio cerró La Biblia colocando el rosario entre sus páginas a modo de separador y se levantó de la mesa. Apretando el gran libro contra su pecho, caminó hacia el piano: ni el contacto de sus gruesos tacos con el parqué de la sala provocó la atención de la anciana. Alirio abrió La Biblia y la dejó sobre el piano, al pie del cofre de ébano. Encendió las dos velas misioneras dispuestas a los costados del cofre y observó no sin desdén cómo su madre destapaba una lata y removía los lápices de colores que la colmaban.

- ¿El blanco o el azul? ¿Cuál prefiere, mi niña? – dijo Dinora alegremente.
- No seré parte de tus garabatos – contestó Alirio agitando el fósforo para apagarlo.

Sin decidirse por uno de ellos, Dinora dejó la lata de los lápices y volvió al papel con una mirada pensativa. Luego retomó su trabajo con el lápiz del principio, deslizándolo diestramente por la hoja y acompañando su trayecto con la cabeza, cosa que era usual en ella cuando advertía que su imaginación comenzaba a excitar su alma.
Alirio, mientras tanto, y plantada con firmeza frente al piano, sostenía la cruz plateada del rosario en la palma de su mano, buscando verse en el centro de una burbuja de silencio. Si Dinora se hubiese percatado de la solemnidad de Alirio ante el altar no la hubiera molestado con el repentino despertar de su memoria, pero como en ese instante no existía en el mundo otra cosa más que no fuese ella y ese boceto, comenzó, igual que siempre, a deshojar libremente lo vivido.

- Benicio escogería el azul para estas rosas, ¿no? – Dinora se ocupaba minuciosamente en lo que parecía ser la curva de unos pétalos -. Son únicas y él, ¡sabe Dios cómo!, las consiguió en una oportunidad para mí. Tú todavía estabas chiquita, pero con un poco de suerte las debes haber visto en algún otro lugar. De repente en…
- …él te diría azul no por convicción, sino sólo para complacerte – interrumpió Alirio - . Y no, todas las que he visto han sido rojas o blancas. Las azules no han existido nunca, al menos de forma natural como las que te regaló mi papá. Para ser exactos, fueron lilas, las recuerdo bien en aquel florero - Alirio observó un florero gastado que se exhibía sobre un soporte de madera -, que de sucio y viejo ya no parece de cristal. Traeré uno de la parroquia, allí sobran.




- ¿No hueles? – preguntó Dinora.
- ¿Qué? – dijo su hija.
- El jarrón en el que las puso hasta ahora conserva el aroma.

Alirio no se molestó en efectuar ni siquiera un brevísimo examen al ambiente de la casa; por el contrario, desacreditó de inmediato lo dicho por Dinora con un movimiento pendular de cabeza, tratando de encontrar, seguidamente, la forma más eficaz de levantarle un muro a la historia, de frenar lo que fue, de roer, sin más, el tiempo, como si fuese posible detener el curso de los ríos con un cúmulo de piedras.

- ¿En esas fachas vas a dejar que te vea tu hijo?

Alirio había lanzado a la corriente la primera piedra.

- ¡Beny!... – el rostro de Dinora se encendió - …Beny no olvida nunca las vacaciones de medio año, cuando con la nochecita Benicio llegaba de la oficina y nos sacaba de la casa tal y como estábamos en ese momento. Recién en el taxi les preguntaba a ustedes por el circo o la feria a la que querían ir. ¡Ah! Esas noches no se calculaban gastos, aun sabiendo que al día siguiente faltaría la plata. ¡Beny! ¿Dónde está Beny?
- No debe demorar – dijo Alirio, decepcionada, hundiéndose ya la piedra en la corriente.
- ¡Caramba! ¡Qué andará haciendo con las pinturas allá abajo! ¡Y seguro que las tareas ni las ha mirado!– exclamó Dinora con las manos al aire y dejó el sillón para ir al segundo piso a cerciorarse de su sospecha en el cuarto de Beny.

Una vez sola, Alirio se quedó contemplando un instante el cuadernillo dejado en el cojín. Habían dos rosas dibujadas: una era de pétalos grandes y tallo arqueado, que parecía caer; la otra era más pequeña, pero daba la impresión de poseer un tallo fuerte. Después fue al segundo piso. Le inquietó el hecho de abandonar el cuadernillo en un lugar que empañaba el orden de la casa, pero urgía estar cerca de su madre para guiarla hasta su habitación, decirle que era sábado, hacer que tome el atuendo debido y, con ello, también decirle, aunque sin palabras y sin ocultar su tedio, que el tiempo sólo podía ser uno solo y que hacía mucho que Beny no tenía tareas por resolver.
En efecto, su hijo menor aparecería en cualquier momento, entrando por la puerta de la casa y no, como imaginaba Dinora, saliendo del sótano dando de brincos por la escalera. Alto y endomingado, Beny descendería del auto trayendo algún obsequio. Esta vez no subiría del taller de Dinora y le ofrecería su último dibujo: las ovejas que cantan, el sol que asoma entre las montañas o la casa del bosque, siempre mal pintados y todavía húmedos por las témperas; Beny, sin dejar que se levante del sillón, le daría un beso en su cabeza limpia, elogiaría su vestido y le acercaría un juego de pinceles nuevos, frutas, paquetes de hojas o revistas con muchas fotografías. Alirio lo miraría desconfiada desde una esquina de la estancia, únicamente esperando la pequeña bolsa de papel con las medicinas. Conociendo aquel gesto desde hacía varios años, Beny le entregaría de inmediato la bolsa, para luego dirigirse al altar del piano, tocar el cofre con ambas manos y no decir nada.
Alrededor de la mesa almorzarían los tres, como todos los sábados desde que Beny se casó. Alirio se mantendría callada, absorta, haciendo remolinos en la sopa o llevándose la cuchara a la boca con desgano, mientras que Beny y su madre conversarían sin dejarse importunar por el silencio vecino. Él le preguntaría por un futuro cuadro y ella le contaría sobre sus bocetos más recientes, sobre los que estropeó a voluntad, furiosamente, por no saber a dónde se le escaparon las musas o sobre aquellos que había realizado pensando en él o en Alirio, hasta ir aproximándose, poco a poco, y sin que haya un plan de por medio, a los días en que vivía Benicio.

***





Con Beny en la casa la tarde sólo podía ser interminable para Alirio. Y aquel sábado no fue la excepción.
Beny había llegado a la hora convenida, trayendo consigo la bolsa de papel habitual, además de una bolsa plástica negra a la que Alirio no le prestó mucha atención. En realidad, a ella le bastó ese día con ver la bolsa de papel para dar media vuelta e ir al comedor a revisar de que todo estuviera listo; poco o nada le importó si esa otra bolsa era propiedad de su hermano o si se trataba de un nuevo regalo para Dinora.
Se sentaron a la mesa como de costumbre, pero el almuerzo acabó para Alirio al divisar, como si de una isla negra se tratara, el recuento familiar. A manera de escape levantó su plato y fue a la cocina diciendo que se había olvidado algo. Abrió cajones, acomodó cubiertos, buscó no se sabe qué en la despensa, todo con tal de fingirse atareada. Lo cierto era que no quería volver al comedor hasta haber terminado con su plato allí.
Al regresar se percató de que su hermano y su madre habían decidido continuar con la charla en el sofá. Y Alirio únicamente pensó, en nombre de la sanidad mental de su madre y, en el fondo, de la suya propia, en la descarga de su próxima piedra.
Bajo un cuadro del Corazón de Jesús que llevaba en una de sus esquinas la fotografía de Benicio, madre e hijo se descubrían mutuamente los retazos que conservaban del ayer, los que habían rescatado del olvido durante la semana, ensamblando las partes amorosamente, una calle con un nombre, el piano y una canción…
Si, por un lado, a Alirio le alarmaba la perturbación que en el espíritu de Dinora significaba la presencia de su hermano, por el otro tomaba su visita como una oportunidad para el reposo, la ocasión idónea para desligarse de los cuidados diarios, de las moralejas bíblicas que no encontraban oyente en su madre y que la hacían pensar en lo trivial de sus lecciones y, en general, descansar de todos los malos ratos que le causaba la anciana. Es así que la tarde del sábado podía dedicarla a seleccionar pacientemente las lecturas a compartir en la misa del día siguiente, además de practicar algún cántico de alabanza o, si se sentía muy sola y la vida rutinaria le sabía a cima del Gólgota, recurrir a Benicio por el único camino que aseguraba ser el correcto para llegar a él: las manos muy juntas delante del susurro de una oración aprendida.
A pesar de disponer de tiempo para sí misma, es justo decir que ese sábado Alirio se dedicó sólo al cántico, porque de cuando en cuando cruzó la sala con dirección a la ventana, a la vitrina del comedor o a la cocina para averiguar, muy disimuladamente, por el estado en el que se hallaba la conversación sobre su padre. Sin embargo, la complicidad de los tertulianos terminó por hacerla caer en la cuenta de que en vano esperaba ella el final de ese asunto: el garbo de Benicio en la ceremonia de Primera Comunión de Alirio, el ligero fracaso de la pareja al conocer que para su hija el piano era un mero mueble que nada más servía para dejar llaves, exhibir portarretratos, calendarios, copas con jemas o cualquier chuchería; el deseo de Benicio de no ser arrojado a un cementerio cuando muriera, las navidades… Dinora hablaba con el aplomo de quien conoce una ruta de viaje, y si en ocasiones le era imposible recordar los detalles de lo acontecido, las sensaciones, por más mínimos que hayan sido los hechos, eran imborrables y, por eso mismo, precisas de decir.
Dadas las circunstancias, Alirio optó por salir a caminar antes que seguir escuchándolos. Calculó que con un paseo al parque o yendo a la casa parroquial podría curar sus molestias. Pero antes de que se marchara, quiso asegurarse de que a su regreso no se toparía con Beny y Dinora hablando de lo mismo, por lo que resolvió soltar su segunda piedra, diríase que la mejor, la que al menos era infalible adormeciendo las aguas del río por unas horas. Así que se dejó ver nuevamente, esta vez rumbo a la cocina. Unos minutos después, con la bolsa de papel en una mano y una taza en la otra, Alirio irrumpió en la sala, y dejando a Beny con las palabras colgándole de la boca, miró a Dinora y le dijo: “tus pastillas”. Hasta donde tenía entendido Beny, su madre recibía sus medicinas al acostarse, resultándole bastante inusual la situación. Sin importarle el desconcierto de su hermano, Alirio le extendió la bolsa, colocó la taza sobre la mesita de centro y salió a la calle.

***





Para cuando dieron las seis y media, la ventana de la casa enmarcaba un cielo rendido a la noche.
Entretanto, Alirio retornaba a su hogar andando en paz por la vereda. Y no era para menos, ya que en la casa parroquial había cantado junto al coro, purificándose con cada palabra entonada. Asimismo, y ha pedido del padre Mateo, quien la admiraba por su fe intachable y su impecable vocación de servicio, había limpiado la escultura en cerámica de una Virgen María que cargaba a su hijo, reciente regalo que un reconocido artista italiano había hecho a la hermandad por su aniversario de fundación. A Alirio no le preocupó la altura a la que se encontraba el pedestal, ni mucho menos que, para realizar dicha labor, sólo se contaba con una escalera enclenque y apolillada. Honradísima, la recibió y trepó.
Quienes la vieron no dudaron de que todo fuera bien. Alirio se esmeraba sacando el polvo provista de una franela y soplaba con fuerza en los ángulos y pliegues a los que esta no podía ingresar. Del mismo modo, alisaba la túnica de seda del niño con sus propias manos y a ratos bruñía su aureola metálica con la manga de su blusa.
Ante tal prueba de fervor, ¿Creerían después los testigos de su trabajo, y el propio padre Mateo, que lo que pasó con la Virgen habría sido culpa de la devota? …Porque sí, algo pasó, y fue que al estar cara a cara con la sagrada figura, Alirio se imaginó por un minuto ser una santa y que el ascenso hasta el pedestal se había dado gracias a su disposición divina y no al uso de la escalera vieja, distracción que trajo como consecuencia que la franela se quedara enganchada en la mano que sostenía al niño y al forzar sacarla se desprendieran dos dedos de la Virgen.
Lo sucedido primero la impresionó hondamente, pero enseguida pasó a describirlo como “un accidente insignificante”; frotó la franela en la parte amputada para quitar los restos de pintura y bajó de la escalera con tranquilidad, pues, para Alirio, la Virgen del pedestal, con o sin dedos, seguía siendo la madre del Redentor.
De aquello apenas recordaba Alirio cuando abrió la puerta de su casa y se encontró con la sala prácticamente en penumbras. Se introdujo a tientas, deslizando una mano por la pared en búsqueda del interruptor. La luz ámbar de los postes de la calle entraba por la ventana y permitía que se distinguieran algunas siluetas; las velas del piano sólo lograban alumbrar tenuemente la Biblia y el cofre de ébano. Avanzó unos pasos por la estancia sin alejarse de la pared. Dejaba escuchar sus tacos gruesos, pero se paralizó ante el indicio de una respiración. Cuando ubicó el interruptor, no hubo duda en pulsarlo de inmediato.

- ¡Apaga, que duerme! – dijo Beny, quien abrazaba a Dinora en el sofá. Cubrió los ojos de ella con la mano izquierda, al tiempo que se restregaba los suyos con la derecha. Entre ambos estaba la bolsa de plástico negra.
- ¡Ay! ¿Aún aquí tú? – dijo Alirio, sobresaltada.
- No la iba a dejar sola. El sueño me estaba…
- ¡Qué maravilla! – Alirio puso las llaves sobre el piano y comenzó a aplaudir-. El señor finalmente se acordó en serio de su mami.
- Habla bajo y apaga. No comiences con…
- ¡Apagar! ¿Para qué? Me he podido caer.
- Por favor, mírala cómo duerme – dijo Beny.
- ¿Y tu ves cómo no la conoces ni siquiera en eso? – replicó Alirio instalándose en el mueble donde Dinora había abandonado su cuadernillo y la lata de los lápices. Luego miró la mesa de centro y tomó la bolsa de papel. Observó adentro y agregó:
- Las pastillas la hacen dormir profundamente. No hay nada que la despierte hasta que pase el efecto. Beny, Beny, Beny… ¿Qué sabes Beny? – Alirio movió la cabeza y arrugó la bolsa.
- Como vi que te…
- Dime, ¿Qué sabes? - la bolsa en sus manos se iba haciendo una pelota -. Deberías vivir aquí una semana si tu deseo de conocerla…
- ¡Ya, Alirio! – dijo Beny inclinándose levemente hacia delante – Nada les falta. La llevo a mi casa cuando puedo y…
- ¿Es suficiente? – preguntó Alirio - ¿Crees que así…?
- Paciencia – interrumpió Beny -. Tenle un poco de paciencia. Hay que quererla.

Alirio miró a Dinora y después a la pelota, a la que hacía girar con los dedos.

- Ya no me pidas paciencia, Beny.

El silencio transitó entre ambos por unos segundos, y Alirio, levantando la cabeza, continuó:

- Cansa verla andar por todas partes menos aquí y ahora, y no soporto que no hablemos de lo mismo. ¿sabías eso de mí?
- Sí – contestó Beny.
- Excelente. Ahora me dirás que su estado tampoco te es ajeno. Te doy la razón, con la salvedad de que tú lo vives a veces; yo todos los días del año, a todas horas. ¡Y me hablas de paciencia! La paciencia también se me ha acabado contigo, que cada vez que vienes tienes que hablarle de mi papá.
- A mí me gusta recordarlo – dijo él -. ¿Ignoras la felicidad que le causa a…?
- Sí, perfecto, pero sucede lo siguiente… ¡Dios! ¿Tengo que explicártelo como a un chiquillo?... – Alirio puso la pelota a un costado - …en el fondo es puro sufrir, y la pena la matará. Viene enloqueciendo, ¿no te das cuenta? Locura y muerte, si te fijas bien, es una redundancia entre estas cuatro paredes. Mi mamá, Beny, ha desaparecido para nosotros.
- Sabíamos que no superaría lo de mi papá – dijo Beny recogiendo un mechón de cabello que caía en la frente de Dinora - Ninguno lo ha hecho. Ahora, tampoco es una desquiciada. Es evidente que ha sufrido mucho, que la soledad le ha traído tristeza, pero ¿por eso pretendes negarle su pequeña fuente de dicha? ¿Callar el nombre de mi papá cuando para ella no ha quedado más que eso? Al comienzo pensaba como tú… creyendo que las lágrimas no cesarían; ahora, después de tantos años, la nostalgia es otra, como que se ha vuelto dulce.
- ¡Espera!... - dijo ella alzando la voz y mirando al vacío - Yo he sabido afrontar su muerte. Dios ha estado a mi lado siempre. ¡Bendito Dios, del que viene todo consuelo! ¡Él se compadece de los afligidos!...

Beny retiró su brazo del hombro de Dinora, le recostó su cabeza suavemente en el respaldar del sofá y se volteó hacia Alirio para mostrarle la palma de sus manos en señal de calma, señal a la que ella no hizo caso por juzgar necesario continuar la defensa de su dignidad:

- …Son ustedes los que no sanan y por eso a mi papá no lo dejan descansar en paz. ¿Y por qué? Porque se han resistido a la palabra de Nuestro Señor. Tú al menos con tus hijos y tu trabajo has olvidado en algo tu dolor, aunque sigues lejos del camino y la verdad. Sin embargo, ella está en la casa todo el tiempo, o bien en el sótano o arriba, apartándose día a día de la oportunidad de encontrar sosiego por ese afán de estar dibujando, de andar descarriada…
- ¿Tanto te disgusta que se distraiga con sus pinturas? Nada te hacen – dijo Beny.
- El sótano es un muladar. Anda mira… ya no he querido entrar. Y yo no estaría tan segura de que sus cuadros la entretengan, más bien la aturden. A veces se ve ida, como sonámbula. Estos últimos días ha pasado horas en ese taller. El verdadero refugio es la palabra de Dios, no unos cuadros. Haz algo pronto que viene…
- ¡No es una loca! – dijo Beny, exacerbado.
- ¡Proverbios doce once! - dijo Alirio apuntando con el índice hacia el altar del piano -, ¡El que cultiva su tierra se hartará de pan, el que persigue ilusiones es un insensato!
- ¿Qué dices?
- Lo que oyes… - Alirio agarró el cuadernillo de Dinora y lo sacudió en el aire - ¿Acaso unos cuantos garabatos podrán quitar el pesar de nuestra existencia como lo hace la oración?
- ¿Por qué no? – preguntó Beny.
- ¡Blasfemas! – gritó Alirio, irguiéndose de la ira.

La conversación se había enrumbado por un sendero que Beny hubiese preferido evitar. Consciente de que los ánimos podían acalorarse aún más, se puso de pie sin vacilación. Se aproximó al cofre de ébano y se santiguó. Alirio pareció no comprender lo que sucedía.

- ¿Te vas? – preguntó.
- Ha sido suficiente, ¿no crees? – replicó él caminando hacia Dinora para despedirse con un beso. Después de dárselo añadió con seriedad:
- Ah… me dijo que, si se quedaba dormida, estés atenta a la puerta porque mi papá llamó diciendo que las llaves se las había olvidado en la oficina.
- ¿Quieres que me extrañe? – dijo Alirio –. Antes de que llegaras pensaba que jugabas en el taller y que la casa aún olía a las flores que mi papá alguna vez le dio… ¿Qué más hablaron?
- ¿De verdad te interesa? – dijo Beny algo asombrado.
- Prevengo, nada más – respondió ella -. No quiero que sus ocurrencias me tomen por sorpresa.
- Bueno…- Beny cruzó los brazos y enmudeció para evocar la tarde - …mi mamá recordaba hoy que a mi papá le agradaban las estrellas…

Alirio asintió con un “sí” que él no alcanzó a oír.

- … y dijo que todas se fueron con él cuando murió.
- ¡pues qué bueno Dios al regalarnos otras! – dijo Alirio con la cara hacia la ventana: el cielo resplandecía -. ¿Qué más? – insistió ella.
- Por ahí que me habló de las historias que le lees y también de las posibilidades de vida que tienen los muertos…
- ¡Qué absurdo! – dijo Alirio soltando el cuadernillo sobre el cojín.
- ¿Qué es absurdo?
- ¡Bah!, no importa.






Beny miró su reloj y se apuró en ir a la puerta:

- Ahora sí… me voy.
- ¡Tu bolsa!– dijo Alirio señalando la bolsa de plástico.
- Es para ella. Me lo encargó la semana pasada. La guardas. – indicó él.

Cogió la manija de la puerta, le dio vuelta y se marchó. Alirio se dirigió directamente a la bolsa de plástico y le echó una mirada a su interior. Al ver que sólo contenía cartuchos de pintura acrílica, pomos de alcohol y latas de acero, le hizo un nudo con las asas y caminó con ella hacia el sótano. Descendió por las escaleras, empujó la puerta del taller y arrojó la bolsa a ciegas.

***

El sábado siguiente Alirio elevó su oración de mediodía en favor de la vida de Dinora. A los ojos de ella la salud de su madre se había agravado enormemente durante la semana, por lo que esperaba impaciente a Beny para comunicárselo. Luego de acomodar la Biblia en el altar, se sentó en el sofá en el que Dinora solía recibir a su hijo.
Cuando él llegó a la casa, le extrañó que su hermana estuviera allí.

- ¿Mi mamá? – preguntó. La bolsa de papel pendía de una de sus manos.
- Hola Alirio al menos ¿no? – dijo ella con tono de reproche - ¿De cuándo acá los matrimonios y la vida en familia restan la educación de la gente?
- Hola. Discúlpame, pero como no vi a…
- Olvídalo. Tenemos que hablar.
- ¿Qué pasa? – Beny se mostró preocupado.
- Dame esa bolsa. Siéntate – dijo Alirio señalándole el mueble de enfrente.

Beny obedeció. Alirio vio las pastillas de la bolsa e hizo una mueca de descontento.

- Tienes que comprar más – dijo ella.
- ¿Pero qué es lo que sucede? – preguntó enfáticamente Beny.
- ¿Qué pasa? Casi nada, sólo lo que te vengo advirtiendo y tú ni caso.
- ¿A qué te refieres?
- A que está perdiendo el juicio. Desde el lunes no sale del taller más que para comer y dormir. Hoy se despertó temprano y se metió allá abajo. Creo que las pastillas no están funcionando como debe ser. O le damos más o la llevamos al médico…

De pronto el ruido de una lata que al parecer era usada para batir algo invadió la estancia.

- ¿Escuchaste?... – dijo Alirio – Todavía anda en el sótano. No sé cuántas veces le he repetido que salga.

En el fondo Beny comenzaba a evaluar el diagnóstico de su hermana. Se preguntaba si la afición de Dinora hacia la pintura efectivamente estaría acrecentándose en perjuicio de su salud, pero antes que arribar a una respuesta concluyente, como ya lo había hecho Alirio, procuraba mantenerse anclado en la pregunta absoluta.

- ¡Mamá! – gritó Beny –, ¿Por qué no vienes aquí?
Dinora no respondió. Beny se puso de pie y se acercó a las escaleras.

- ¿Mamá? – insistió.
- Hijo, ¿eres tú? – dijo Dinora.
- Sí, ¿Qué haces?
- Nada. ¿Has venido solo? Porque tu papá me dijo que pasaría por ti a la universidad. ¿Y tu hermana?

Alirio esperó la mirada de resignación de Beny, aquella que le cedería la verdad indiscutiblemente, mas él habló sin inmutarse:

- Está conmigo.

Unos segundos después Dinora salió del sótano. Vestía la bata que usaba de pijama, la cual presentaba algunas manchas de pintura. La palidez de su rostro dejaba en claro que sus horas de descanso habían disminuido.

- ¡Ave María¡ ¡Por fin!- dijo Alirio al verla en la estancia- Vamos para que te cambies de ropa.
- Estoy bien. En la noche me cambio, porque hoy… hoy saldré – dijo Dinora.

Para Alirio una cosa era dar oídos al monótono discurso de la anciana diariamente, pero tolerar que se llevara a la práctica “gigantesco disparate” - así lo catalogaría ella– era algo tremendamente distinto. Fue por eso que Alirio se quedó atónita ante tal afirmación de su madre, y en ese instante le hubiese preguntado con quién, a dónde y para qué saldría si no fuera por que Beny, a escondidas de Dinora, volvió a mostrarle la palma de sus manos. Con ello se convenció de que armar una discusión al respecto hubiese sido en balde. Así que respiró, se levantó del sofá y dijo:

- Bueno, ¿Pasamos de una vez a la mesa?
- Sí – contestó Beny tomando del antebrazo a su mamá.

La comida estaba preparada y aguardaba en las ollas a ser servida. Beny podía olerla, al tiempo que valoraba el compromiso de su hermana para con los quehaceres de la casa.

- Yo no deseo comer – dijo Dinora de repente y como si hablara para sí misma.
- ¿Cómo? – dijo Alirio sin dar crédito a lo que oía.
- Que no quiero comer – reiteró Dinora. Luego miró a su hijo. - Más bien, quería que tú…
- No, no, no – dijo Alirio moviendo rápidamente sus índices a modo de parabrisas –. ¡Y vas a comer! – agregó ella fuera de sí.
- No tengo hambre – explicó Dinora.

Alirio miró a Beny como empujándolo a que haga algo.

- Mamá, tienes que comer, ¿o es que no quieres almorzar con nosotros? – dijo él pausadamente.
- Después… ven, ven… - dijo Dinora yendo hacia las escaleras del sótano.





Beny accedió. Lo hizo no sin titubear, ya que su hermana se mostraba furiosa. Alirio presumía que él iba ser flexible ante esa situación. Aparte de esto, tomaba como un grosero desplante el que la dejaran con la comida lista, y más aún por consentir lo que ella tildaba de capricho.
Dinora bajó primero las escaleras, en tanto que Beny todavía se detuvo un momento para indicarle a su hermana, con el cuidado de quien va a poner la última carta de un castillo de naipes, que le alcanzara luego el plato de Dinora porque él la convencería de que comiera.

- No, yo no bajaré. El comedor es para desayunar, almorzar y cenar, y si quieren, suben – dijo Alirio. Beny comprendió su fastidio y en silencio siguió a la anciana.

Desde la sala desierta, Alirio pudo oír la puerta del sótano cerrándose. Más allá de la irritación que le produjo el hecho de que Dinora y Beny no le hicieran caso, estuvo orgullosa por el nerviosismo que su posición causó en él, por el mutismo que vino después, pero principalmente por haber cumplido con reaccionar enérgicamente ante una evidente trasgresión del orden, el orden que, reflexionándolo severamente, ella consideraba elemental, en el nivel que sea, para la armonía que Dios quería en el mundo. Con el pecho hinchado de satisfacción al comprobarse a sí misma el tener muy presente el proyecto de su Señor, fue a la cocina y se sirvió el almuerzo. Salió con el plato que echaba humo y se sentó a la mesa.
Alirio avizoraba un sábado fuera de lo común. Estaba almorzando sola, sin Dinora, sin Beny, y sin ellos, también sin Benicio. La novedad la hacía comer despacio, saboreando la feliz idea de que, después de tantos años, a esa hora su padre al fin descansaba eternamente. Quizá madre e hijo, entre lienzos y paletas, estarían en ese instante turbando el regocijo de Benicio en el cielo, pero Alirio ahuyentaba lo más pronto posible este pensamiento al temer que, de asentarse en su cabeza, se esfumara la serenidad que la rodeaba para ir ávida, con otra de sus piedras, al sótano, que era a donde menos deseaba entrar por el desorden que imperaría allí y, sobretodo, por concebirlo como el abismo culpable del ocaso de la lucidez de la anciana.
Cuando terminó de almorzar creyó conveniente limpiar un poco la casa. Prácticamente la tenía a su total disposición con Beny y Dinora fuera de su vista. Por otra parte, había estado tan al pendiente de las acciones de Dinora los días anteriores, que había relegado a un segundo plano lo que siempre priorizó con respecto a ella: su pulcritud, condición primordial en una casa que a la larga era también la morada del Altísimo si quien la habitaba era una de sus siervas.
Se tomaría toda la tarde en la empresa. En las habitaciones sacudió las sábanas y le cambió de fundas a las almohadas. Igualmente, de las repisas clavadas sobre las camas fueron desplazados los santitos deteriorados por otros nuevos. Barrió tanto el corredor como las escaleras. El piso de la sala lo enceró hasta verse reflejado en él su buen ánimo. Quitó las telarañas tendidas detrás del cuadro del Corazón de Jesús; las de las paredes fueron arrasadas por la escoba. Desempolvó el teclado del piano dándole de golpes con un trapo grueso. Los portarretratos, las copas con jemas y los demás objetos variaron de posición; el cofre de ébano, inamovible, fue limpiado delicadamente con su pañuelo personal y las consumidas velas que lo resguardaban, echadas a la basura para dar lugar a unas enteras. Una vez que estuvieron encendidas las velas nuevas, Alirio se puso el rosario al cuello, volteó algunas páginas de La Biblia y al cofre le dio un beso como aquel que se le deja a un niño después de cobijarlo y decirle “buenas noches”.
Al anochecer, Alirio estaba pasándole un periódico mojado a los cristales de la ventana. Era lo último que le faltaba por hacer. Como comenzaba a sentirse rendida de la jornada, desplazaba el papel sin ejercer mucha presión sobre el vidrio, oyéndose un leve rechinido a cada movimiento. Para esa hora, en la mente de Alirio se habían disipado las caras de su hermano y su madre, no sólo por la placidez que la embargaba, sino porque ellos no habían emitido sonido alguno que sugiriera su presencia en la casa. Concentrada en hacer relucir las lunas, Alirio disfrutaba de su soledad.
Recién cuando escuchó el crujido de la puerta del sótano abriéndose, pensó en que ni Beny ni Dinora habían salido de allí. Asumió que no lo habían echo por andar coloreando o simplemente conversando, lo que a juicio de Alirio igual no justificaba el que se hayan quedado sin comer. Por la escalera, se oían pasos lentos y pesados.
Quien apareció primero en la estancia fue Dinora. Alirio volteó y la miró sin dedicarle más tiempo que el debido para identificarla. En silencio continuó fregando la ventana. Al percibir que los pies de Beny se habían plantado ya en la sala, Alirio dijo sin volverse:

- Mucho cuidado con ensuciar. Como ven, la casa está como nueva… Caliéntese la comida si tienen hambre. Es increíble, Beny, que tengas a mi mamá con el estómago vacío hasta esta hora… mejor anda por pan para que tomen lonche, pero calienten bien la leche porque la noche está fría, yo ya termino… y a ti, ¿qué bicho te ha picado que con este son dos sábados que te quedas hasta tarde? Mis oraciones algo están haciendo por ti y me alegro...

Hablaba sin reparar en que Beny atravesaba la sala.

- ¿Vieron el cofre? Más limpio no podría estar. Creo que mañana se lo llevaré al padre Mateo para que después de misa le eche su bendición. A ver, Beny, si mañana puedes hacer un esfuerzo y me ayudas a llevar a mi mamá también… Eh ¿En tu billetera, por si acaso, no tendrás la foto de mi papá? Mira la del Corazón de Jesús, está fea.

Alirio sintió que su hermano estaba muy cerca de ella y, por eso, volteó. Observó boquiabierta que Beny cruzaba la sala cargando un cuadro relativamente grande. Caminaba hacia la pared adyacente a la ventana, que hubiese estado totalmente vacía si no fuera por el par de clavos que sobresalían de su superficie, los que antes, en tiempos de Benicio, sirvieron para que Dinora colgara algunos adornos. La anciana, mientras tanto, continuaba junto a la escalera mirando a su hijo. Él, ajeno a la mueca de sorpresa de Alirio, se sacó uno de sus zapatos, apoyó el pie en el mueble y levantó el cuadro hasta alcanzar los clavos.

- ¿Qué es lo que haces? – preguntó Alirio con los ojos desorbitados, pues las pinturas de su madre nunca habían salido del taller desde que murió Benicio.
- Lo hizo ella – respondió Beny tratando de insertar los clavos dentro de los sujetadores del cuadro. Una vez establecido en la pared, podía notarse que el cuadro estaba a la misma altura del Corazón de Jesús que se lucía en la pared del frente.
- Sí, ya lo sé, pero qué hace aquí.

Beny no le contestó. Se puso su zapato y, sin dejar de ver la pintura, retrocedió al encuentro de Dinora, a quien abrazó suavemente. Alirio farfulló algo que no se logró a entender y retornó a la limpieza de la ventana. En ese instante Dinora se aproximó al cuadro y lo tocó con su mano derecha, acto que su hija miraría de reojo y con acentuado menosprecio.
Por la ventana ya libre de impurezas se dejaba ver una noche limpia. Fue entonces cuando Alirio quiso ir a su habitación por otro periódico para secar los vidrios y, con ello, dar por concluido su trabajo.
Conforme se iba apartando de la ventana, a Alirio le afloraba una terrible curiosidad por apreciar la pintura. Al cruzar delante de su hermano se dio cuenta de que él la veía atentamente, por lo que, doblegándose a sí misma, también miró.
El cuadro presentaba los mismos dibujos que Alirio observaría en el cuadernillo de Dinora hacía dos semanas atrás. Ahí estaban las rosas, ahora pintadas de azul en medio de una mezcla compulsiva de colores; sólo de un lado del cuadro provenía un brillo definidamente crepuscular. Sus formas seguían siendo las mismas a las del cuadernillo, con la particularidad de que ahora las rosas se encontraban más juntas, determinando, de esta manera, que la grande ensombreciera ligeramente a la pequeña.
Complacidas sus ansias, Alirio miró con indiferencia el cuadro y se dispuso a seguir su marcha hacia el segundo piso. Sin embargo, repararía en que su madre se había sentado en el sillón y, desde allí, con el cuerpo de lado, contemplaba su obra. Pudo precisar que en su rostro se anudaban la circunspección y la simpatía. En su bata habían unas manchas irreconocibles, como si le hubiese caído agua u otra sustancia similar, que en la tarde no notaría; sus manos con pintura en los dedos y entre las uñas descansaban sobre el mueble.
Alirio le iba a decir que se lavara las manos cuando vio que en el sillón había unos puntos blancos. Recordó que los cojines los había limpiado no hacía mucho, por lo que le pareció raro verlos nuevamente sucios. Se encaminó hacia el sillón pensando en que el techo de la casa se estaría descascarando por efecto de la humedad. Extrañamente, a medida que se aproximaba, los puntos se iban tornando de un color grisáceo. Ya junto a Dinora, se agachó para inspeccionar más de cerca. Sin dificultad, retiró los puntos de un manotazo. Después se incorporó y miró el techo, el cual estaba intacto. Cuando bajó la mirada advirtió que los puntos que había quitado de los cojines también se hallaban, si bien en menor cantidad, zigzagueantes sobre el respaldar del sillón. Al seguir su trayecto con los ojos, Alirio confirmó su sospecha: provenían de la pintura de Dinora.

- Lo primero que les digo y lo primero que hacen. ¿Cómo quieren que les hable? La próxima limpiarán ustedes, yo no soy su empleada... ¿Por qué traen estas cosas del demonio a la sala? – dijo Alirio enfadada y propinándole un manotazo al tapizado del respaldar.

Con el golpe se le impregnaron en la palma algunos puntos. Al intentar despegarlos con la otra mano, se dio cuenta de que se deshacían al simple contacto con los dedos.
Alirio, aturdida, orientó su mirada hacia el cuadro. A esa distancia de la pintura le fue sencillo descubrir que la rosa de los pétalos grandes tenía un color más intenso que la rosa pequeña y los demás colores. Alirio avanzó aún más para observarla con detalle, y pudo comprobar que de ella emanaba un fuerte olor a alcohol. Asoció de inmediato el olor con la bolsa negra que había traído Beny la semana anterior. Ese día no le llamarían la atención los pomos de alcohol en la bolsa porque, hasta donde sabía, el líquido era indispensable para la limpieza de los pinceles de Dinora. Jamás imaginó que el alcohol pudiera ser una sustancia - o el componente de una sustancia - que tuviera la propiedad de dar brillo a las cosas.
Sumida en este pensamiento, Alirio se sintió impulsada a tocar la rosa. Al hacerlo, advirtió - para su sorpresa - que la figura resaltaba del cuadro; sus dedos palparon una corola abultada, y fueron rozándola hasta resbalar en su borde, donde comenzaba el espacio liso y las tonalidades.
Observó luego que en sus dedos se habían depositado las diminutas manchas grisáceas, convenciéndose, por la facilidad con la que volvió a deshacerlas, de que de ninguna manera serían restos de pintura.

- ¡Dios mío! – dijo Alirio. Horrorizada, con la mano abierta como si tuviese sangre, giró a ver a Dinora. La anciana le devolvió la mirada, pero Alirio sintió como si ella ya la hubiese estado mirando desde antes que volteara.

Sin perder el tiempo, Alirio corrió hasta el piano. Desesperadamente extendió su mano para alcanzar el cofre. En su intento, torció la Biblia y una de las velas misioneras cayó al suelo. Con su mano temblorosa destapó el cofre, hallándolo absolutamente vacío. En ese instante Alirio se encogió y se echó a llorar sobre el teclado, amargamente, con la cabeza hundida entre sus brazos.
Beny, con actitud reflexiva, lo veía todo desde su sitio junto a la escalera. El que Alirio llorara desconsoladamente en el piano era algo que no se lo esperaba. Y es que la idea de Dinora de emplear pegamento diluido en alcohol para cubrir la rosa y, con ello, darle brillo y asegurar su solidez sobre la tela, le parecía, aparte de un acierto estético, propicio para no dejar evidencias de lo que ella haría. Sin embargo, la emoción del proyecto, la visita de su hijo, el recuerdo incesante del marido, su presunto desequilibrio o su simple falta de técnica - quién lo sabría – hicieron que la sustancia preparada por la anciana no cumpliera del todo su función de barniz fijador, desprendiéndose del cuadro la pura e inmensa verdad.

- ¡Las estrellas! – dijo Dinora de repente contemplando la ventana.

A Beny la voz de Dinora le hizo recobrar el sentido de la realidad. Miró a la ventana y la exclamación de su madre le fue incomprensible, pues el cielo estaba desolado.

- Una… dos… tres… ¡Las estrellas! – volvió a decir la anciana.

En medio de su sollozo, Alirio se puso de pie y volteó hacia la ventana.

- ¡No hay nada! ¡No veo nada! – dijo ella. En seguida cogió fuertemente la cruz plateada de su rosario y gritó “¡Insensata!”.

Como si no hubiese oído a su hija, la anciana se levantó del sillón con parsimonia. Sobre su abdomen, su mano derecha era cubierta por la izquierda. Manteniendo esa posición caminó hacia el extremo de la sala donde se encontraba Beny. En el trayecto se topó con el cuadro del Corazón de Jesús: en el vidrio que protegía la imagen vio que se reflejaba la ventana estrellada. Dinora albergaba la certeza de que Benicio vendría pronto de la calle a recogerla, aunque ideaba también que ya estuviera arriba, en la habitación, frente al espejo, peinándose o acomodándose la camisa envuelto en una agradable fragancia. Como fuese, para ella lo importante residía en que esa noche, en el cielo, se concentraban un sinfín de estrellas.
Dinora fue hasta la escalera que daba al segundo piso; poco antes de que llegara, miró afectuosamente a Beny. Al fijar el pie en el primer peldaño, estrechó sus manos contra su pecho, y con la sensación de la rosa todavía en sus dedos, emprendió el ascenso en silencio y sin prisa, como si dentro del puño llevase un escapulario.

lunes, 17 de agosto de 2009

El maistro Quintín

2:00 p.m.
O lunes o martes, hasta sábado a veces. Suena el timbre. Abren las puertas de sus aulas, los alumnos salen a empujones y amenazándose groseramente, corren al comedor con sus tripas al borde de la desesperación. Se sientan en las mesas redondas, mientras que los profesores ocupan la mesa bastante cuadrada del fondo.
Los educadores dejan sus maletines en el suelo y ordenan con educación su ración de comida. El maistro Quintín llega tarde, el lugar repleto, las charolas de aquí para allá; así que no queda otra que sentarse en las mesa de los colegas, donde siempre tiene un lugar reservado.
Una vez servidos los platos, se da inicio al mismo diálogo de todo los días.

- ¿Qué le parece el programa curricular anual propuesto para el próximo año?
- …
- ¿Cómo está manejando sus indicadores?
- …
- En la jornada técnico – pedagógica pasada…
- …
- Fui a la capacitación, firmé y me fui: tenía plancito.
- …
- …Que debe buscar nuevas estrategias…
- …
- Profesores, a la salida nos quedamos para resolver la pérdida del lapicero rojo del alumno Fulano De Tal
- …

El maistro Quintín come y requetecome. Su corbata más ajustadísima que nunca.

- Los Caribeños de Guadalupe tocarán en el 7055 por el día del maestro ¿vao profe? De la pollada nos pasamos empiladazos con las malcriadas…
- …
- ¿Sus unidades y registros? El colegio no imprime, es su responsabilidad.
- …
- ¡Descuento!
- …
- Habría que homogenizar nuestros instrumentos de aprendizaje…
- …

En medio de esas voces surge una que va directamente hacia Quintín:

- ¿Y profe Mengano? ¿Se presenta al concurso de plazas? Usted es joven.

Era su coordinador, el amo y señor de la pedagogía. Magíster en el decomiso de mochilas a quienes no le cumplían con la tarea. Con estudios en técnicas para jalar orejas sin que el niño llore, además de llevar un taller creativo en Europa de cómo convertir cualquier objeto del aula en un instrumento de tortura. No cabía duda de que era un tipo preparadísimo para ejercer la profesión.

- No puedo. No soy profesor – contestó Quintín con la comida aún en la boca.
- ¿Que no?
- Yo he estudiado Literatura.
- ¡Claro, hombre! ¿En la Cantuta?
- No
- ¿En algún pedagógico?
- No
- ¿Entonces dónde estudió?
- En el CULP
- ¡Vaya! El Círculo Único de Literatos del Perú.
- Sí
- ¿Quién enseña diseño curricular allí? De repente es amigo mío.
- ¿Cómo?
- ¿Y Corrientes Pedagógicas Contemporáneas?
- ¿Ah?
- ¿En qué ciclo llevan antropología educativa?
- Yo he estudiado literatura.
- Pero por eso, profe Mengano, es usted un profesor.
- …
- ¿Profe Mengano?
- …
- ¿Profesor?
- …
- Sí, claro – dijo Quintín. Y sonó el timbre.

Pero si no hubiese sonado el timbre anunciando el regreso a las aulas, Quintín tampoco se hubiese molestado en explicar su profesión, en precisar detalles. ¡Qué flojera! Tampoco le habría dicho que no le gustaba lo de Profesor Mengano por considerarlo irreal, aunque también hubiese resultado inútil decirle que su verdadero nombre era Quintín. Ese no era el nombre de un profesor.
Quintín agregó a todo ello el hecho de que se acercaba fin de mes, razón suficiente para velar su identidad y no entrar en problemas ni debates con nadie en pos de un pago puntual y completo. Así que él, el maistro Quintín – como gustaba denominarse para ser justo consigo mismo -, subió al aula que le correspondía a esa hora, y recordando su curso de Camaleonogía I (asignatura elemental en el plan de estudios del CULP y la que, por lo general, nadie pasaba a la primera) saludó a sus alumnos con la careta de marzo a diciembre hasta las 4:00 p.m., la de profesor, profesor, el peor de todos.

sábado, 15 de agosto de 2009

A 40 años de Woodstock

15, 16 y 17 de Agosto de 1969: la más grande fiesta que haya podido tener el rock n´roll. ¡Celebremos el baile racionalmente alucinado de los sesenta!
Jajaja... cuando Quintín Mugrosso ve este video, no puede resistir las ganas de tocar fuerte su batería invisible.

¡Salud y Peace and love!

viernes, 17 de julio de 2009

Identidad y diferencia: el conflicto armado de la década de los 80´ en la novelística peruana contemporánea - Por Néstor Saavedra Muñoz (*)

El presente trabajo tiene como objetivo el estudio de los problemas de identidad y de diferencia representados en cinco novelas peruanas contemporáneas que abordan el tema del conflicto armado entre Sendero Luminoso y el Estado.
Las novelas materia de análisis son las siguientes: Rosa Cuchillo de Óscar Colchado Lucio, De amor y de Guerra de Víctor Andrés Ponce, Lituma en los Andes de Mario Vargas Llosa, Abril rojo de Santiago Roncagliolo y La hora azul de Alonso Cuento.
Hemos denominado “conflicto armado” al problema social y político dado en los años 80`. En ello seguimos lo mencionado por Santiago López Maguiña en el curso Seminario monográfico I, en el cual plantea la pertinencia del término “conflicto armado” por su neutralidad, ya que con él podemos referirnos a la violencia ejercida tanto por el grupo senderista como por las Fuerzas Armadas. También seguimos los planteamientos de López Maguiña en cuanto a la organización de las novelas materia de estudio. Han sido separadas en dos grupos: Rosa Cuchillo y De amor y de Guerra responden a la lógica del discurso testimonial, en tanto que Lituma en los Andes, Abril rojo y La hora azul se organizan de acuerdo a la lógica de la novela policial.
Desde la perspectiva propuesta por nuestro trabajo, podremos acercarnos al contexto social en crisis, a la decadencia de las Instituciones del Estado y a la degradación de las conciencias de los individuos que se ven involucrados en el conflicto armado representado en los discursos ficcionales aquí abordados.

1. El testimonio sobre el conflicto armado: Rosa Cuchillo y De amor y de guerra

Tanto la novela de Óscar Colchado como la de Víctor Andrés Ponce abordan el tema del conflicto armado con un carácter testimonial. Los personajes se encuentran inmersos en un ambiente político y social determinado por el autoritarismo imperante de Sendero Luminoso (SL). Asumen un papel activo dentro del conflicto armado, puesto que la ideología comunista, con
toda su violencia llevada a cabo en la praxis, ha calado hondo en las conciencias de una sociedad que se encuentra en estado de crisis. René Jara, en Testimonio y literatura, define el discurso testimonial de la siguiente manera:

El testimonio ciñe los contenidos de la protesta y la afirmación, el juramento y la prueba. Sus funciones corren la gama que va desde la certificación de la acusación y la recusación. Sus personajes son aquellos que han sufrido el dolor, el terror, la brutalidad de la tecnología del cuerpo; seres humanos que han sido víctimas de la barbarie, la injusticia, la violación del derecho a la vida, a la libertad y a la integridad física (1986: 1).

Con respecto a Rosa cuchillo, nos interesa enfocar nuestro análisis en torno a la figura de Liborio, quien ha sido enrolado a las filas de SL, no por convicciones propias, sino que prácticamente Liborio ha sido presionado para participar de la revolución. En esa dirección, Liborio no se constituye como sujeto (en el sentido psicoanalítico del término), no vemos en él una toma concreta de decisión, un compromiso real con la causa comunista.
Ya que Liborio es un terrorista, apuntemos lo que implica ser parte de la revolución. Los personajes que invitan a Liborio a participar de la guerra popular tienen un carácter rígido, hermético, abocado exclusivamente a cambiar el sistema que regula la sociedad. Ello implica olvidarse de su ser individual
[1]. La personalidad, en pos de una nueva sociedad en la que los ciudadanos tengan iguales condiciones de vida, se diluye en una colectividad que comparte un sólido sistema de ideas. Así, el hombre que se ha comprometido con la revolución social no vive más que para ella, es un individuo que han dejado de lado su memoria y su identidad para tomar un rumbo en el que el bien común es lo único que les interesa, porque es esta actitud hacia la vida una fuente de dignidad para él.
La voz de Liborio nos permite ingresar al hermético mundo de los militantes del partido comunista. Su presencia en el grupo terrorista no es desinteresada, no recibe las ideas comunistas sin someterlas a una seria reflexión. Los senderistas son representados, en ese sentido, como un grupo heterogéneo. La instrucción comunista aún no se interioriza totalmente en algunos de los militantes. Esto se produce, sin duda, por el horizonte cultural de nuestro personaje, desde donde critica la visión occidental de la revolución. Se presenta como un sujeto andino, y por lo mismo, le extraña que no tengan su misma naturaleza aquellos que han recurrido a su grupo étnico para invertir el orden social establecido. Al respecto, cuando Liborio es herido en combate, tiene la oportunidad de analizar la condición de sus compañeros de armas:



A los dos días nomás felizmente la fiebre empezó a bajar. Aparte de los medicamentos que te aplicó Anselmo, muy bien te hicieron los remedios con hierbas que doña Antolina, la curandera, te dio a tomar (...). Anselmo, sus manos finas se estaban poniendo duras, quizá más que por las herramientas de su oficio, por el armamento y la dinamita que manipulaba. Pero, y Jaime?, ¿y el médico Eduardo? Y aquéllos que conociste en el ataque a la cárcel de Ayacucho? Había quienes usaban lentes, relojes o anillos. Y eran blancos, medio rubios algunos. No eran campesinos. Resentidos parecían más bien de los otros de su casta que estaban en el gobierno. Y Santos? Y Angicha? Ellos también eran mistis, aunque se disfrazaran de campesinos o lo hubieran sido alguna vez. ¿Seguirían creyendo en los dioses de las montañas? En la pachamama, en Wirakocha. Más parecía que no (...) (1997: 83).

Son tres los aspectos en los que Liborio hace notar su identidad como sujeto del mundo andino, marcando así su distanciamiento con la cultura Occidental: la vestimenta, la raza y la relación con entidades metafísicas. Liborio repara en que la vestimenta propia de los campesinos es empleada como una simple estrategia para lograr que la población indígena se identifique con la revolución. Empero, la ropa no logra convencer a Liborio, sus compañeros presentan una fisonomía distinta, se trata de hombres blancos. Todo ello produce en Liborio la interrogante sobre la visión que tendrán del mundo, los vínculos establecidos con entes superiores. El discurso de nuestro personaje se constituye, de esta manera, como un ingreso paulatino a la naturaleza del grupo senderista. Comienza con la vestimenta, continua con la raza, para luego preguntarse por el mundo interior que los configura como sujetos sociales. De este último aspecto, Liborio no puede dar respuesta, ya que las creencias de los senderistas no se manifiesta sino de manera casual. Es algo que Liborio deduce de circunstancias precisas.
Liborio es hijo de una divinidad: Pedro Orco. Concibe el mundo de acuerdo a códigos andinos. Uno de ellos es el que concierne a la reciprocidad. Hay un episodio en la novela en el que el grupo senderista ha tomado una vicuña para comer. El hecho le preocupa a Liborio, puesto que no se ha retribuido el bien brindado por la naturaleza. La mentalidad occidental ha usurpado un territorio que le es ajeno. De pronto, se desata una tormenta en la que se vislumbra un rostro furioso. Inmediatamente, Liborio y algunos compañeros asocian el fenómeno a una sanción de las divinidades por el robo cometido. Desconcertados, los terroristas dan su parecer sobre lo acontecido:

Asustados se alejaron del lugar, olvidándose hasta de la vicuña cazada. En lo alto del nevado, revolaba muy señorial un halcón blanco.
A pesar de todo lo ocurrido, oíste a Santos manifestarle sus dudas a Angicha. Y más te dolió cuando ésta le respondió:
- Yo también pienso que esa aparición fue un efecto visual. El resplandor del relámpago quizá, o acaso las nubes.
Caracho, también el pensamiento de ella era misti (1993: 130)

La perspectiva crítica con la que se relaciona Liborio a su partido, le conduce hacia un conflicto moral. Con sus reflexiones, logra entender que, en realidad, el indio está al margen de los verdaderos propósitos de la revolución. Liborio da cuenta de la posición que ocupa en el orden social: es un individuo que pertenece al grupo étnico de la periferia, pero anhela un cambio en el que el indio esté verdaderamente involucrado:


¿Hasta qué grado la revolución será para los naturales? ¿ o era sólo para tumbar a los blancos capitalistas como decían y luego ellos serían los nuevos gobernantes, sin que la conducción de ese gobierno nada tengan que ver con los runas? Lo deseable sería, piensas, un gobierno donde los naturales netos tengamos el poder de una vez por todas, sin ser sólo apoyo de otros (1993: 83).

La importancia de la novela de Colchado con respecto a la representación del grupo armado comunista, radica en que lo configura desde su intimidad. Aunque también veremos en De amor y de guerra la vida de los senderistas más allá del compromiso social, pensamos que en Rosa cuchillo asistimos, con mayor acierto, a la plasmación del mundo cotidiano de los terroristas. Sus vivencias se definen alrededor del deseo y las pasiones naturales, muy al margen de su postura política. Así, el amor se inserta en la problemática social. Liborio es atraído por la líder del grupo senderista: Angicha. Y a la declaración de nuestro personaje, ella antepone sus ideales: “Yo siempre he pensado en ti, Liborio. Sin embargo, creo que un combatiente debe dar más importancia a la lucha que al amor. El deber está ante todo. La entrega a la causa debe ser total” (1993: 177). Otra vez aquí la anulación del yo por parte del individuo en guerra. En otros personajes de las filas de sendero también se da un conflicto interior. Su conciencia se debate entre la individualidad y la causa común. En Omar, por ejemplo, vemos que, en el umbral de la muerte, evoca su pasado y menciona a su novia, constituyéndose como un sujeto que refleja haber tenido una vida anterior al partido: “Me hubiera… gustado despedirme –dice Omar con la voz entrecortada haciendo una mueca que intenta ser una sonrisa- … de mi novia huamanguina… a quien… dejé por seguir… este otro destino…” (1993: 159). En ese sentido, vemos el otro lado de los rebeldes.
Rosa Cuchillo, dentro de la narrativa que ha abordado el conflicto armado, es una novela paradigmática en la medida de que nos aproxima a una revolución social desde la perspectiva cultural andina. Esta sociedad, desde su racionalidad no cartesiana, también sabe de reivindicaciones. Y esa reivindicación estará encarnada en la figura de Liborio, quien al final de la novela se presenta como Incarrí, aquel que poco a poco se estaba construyendo para tomar el poder e invertir el orden social establecido. Es Liborio quien dará vuelta al mundo.
De amor y de guerra de Víctor Andrés Ponce es una novela que gira en torno a la figura de Nicomedes Sierra, quien ha sido afectado directamente por el conflicto armado. Su discurso también tiene un carácter testimonial. Narra el efecto que en su familia tuvo la violencia ejercida por SL para tomar el control de Rinconada, ciudad natal de nuestro personaje. En realidad, el conflicto armado se da en un contexto político forzado, porque tanto el bando de los terroristas como el grupo que dirige Nicomedes Sierra actúan en función a intereses personales. Nicomedes Sierra se enfrenta a Sendero no por constituirse como un sujeto de ideas, sino por configurarse como un apasionado que no quiere apartarse del lugar en el que vivió con Violeta, su esposa: “Me dormí esperanzado en que la rebelión iniciada se engrosara para zurrar a los tucos y gozar de mañanas tranquilas llevando las mejores orquídeas del valle a ese pedazo de tierra que abrigaba tu cuerpo y que había convertido en mi patria, en el inicio y el fin de mi tiempo” (2004: 52). De la misma manera, los terroristas están subordinados al Manco Miguel, personaje que ha emprendido el camino de la revolución por experiencias que lo han marcado profundamente. De pequeño, cuando vivía junto con su padre en una hacienda, fue víctima de la marginación y la violencia:

Miguel se alejaba de los canchones donde vivía la peonada y miraba hacia los alrededores de la casa hacienda sufriendo los contrastes. Las niñas, de seguro hijas del patrón, tenían cabelleras largas y polleras blancas con curiosos bordados de conejos y pajaritos y listones de vivos colores. Corrían felices, gritando y riendo. Miguel se preguntaba si aceptarían ser amigas de él. Tantas veces las fisgoneó que una mañana decidió jugar con ellas sin consultar a nadie, había tres chiquillas que se quedaron mudas observando al mocoso con las ojotas de jebe y el pelo grasiento y duro y aquel inconfundible olor que provenía del colchón. Las nenas, desconcertadas ante semejante aparición, retrocedieron hacia la entrada de la casa (2004: 129-130).

Miguel sufre las consecuencias de la trasgresión jerárquica. Ha entrado en contacto con su identidad; en el desdén de las niñas ha reconocido que es un individuo subalterno. Su identidad como sujeto social de menor jerarquía será reforzada por la agresión física: “Miguel no podía recordar si llegó a pedirles que jugaran con él, a veces se decía que sí y a veces que no, porque ni bien se acercó a ellas, el capataz de la haciendo le aplicó un puntapié que lo dobló como una sacuara y, de un remezón de dolor, se le borró la memoria del instante” (2004:130).
La marginación motiva en Miguel el cuestionamiento de la sociedad y sus clases. Y con su ingreso a la universidad ya no se encuentra solo, sino que en ella se siente identificado con una colectividad que ha tenido los mismos problemas. Así, su perspectiva de la sociedad desembocaría en la idea de establecer las mismas condiciones para todos, y ello encuentra su realidad en la adhesión al partido comunista. Gonzalo Portocarrero en Razones de sangre se expresa del “hombre rojo” como sigue:

¿Qué clase de gente puede encontrar seductora esta propuesta? ¿Qué puede haber detrás del hombre rojo? Probablemente un joven lleno de impulsos y ansiedad, que quiere ser bueno y reflexivo pero que, no teniendo un rumbo definido, decide entregar su privacidad y autonomía a cambio de paz, ubicación y sentido (1998: 61)

En el personaje de Miguel no vemos que la diferencia tenga una misma dinámica. La diferencia también puede simbolizar la osadía del héroe ante la adversidad, legitimando así su integración a un grupo determinado. Miguel ha perdido uno de sus miembros superiores en el ataque al puesto policial de Tambo, lo cual le llena de odio hacia la clase hegemónica, que es un sentimiento positivo en el marco de la revolución senderista:

En un primer momento, no quiso mirarse el brazo amputado, se quedó contemplando su rostro, con el pelo hirsuto apelmazado por el sudor de varios días, los ojos pequeños y hundidos y una mirada que revelaba el fuego que lo consumía. Luego bajó la vista al miembro desgraciado y sintió una crepitación de llamaradas que pulverizarían los restos del Estado terrateniente, a las ratas que vivían a costa del pueblo y a todo lo que se había confabulado para arrancarle el brazo: ese volcán que se agitaba en sus adentros era la necesaria afirmación del odio de clase, instrumento fundamental para el combate revolucionario (2004: 128).

Si por un lado Miguel ha sido desdeñado por el centro debido a su diferencia racial, por el otro se integra al grupo senderista afirmándose como un sujeto de mayor valor, distinguiéndose por su discapacidad física de entre quienes al igual que él están comprometidos con la lucha en contra del sistema social. La amputación de su brazo honra su actitud como revolucionario: “Pero antes que un nombre, lo del Manco Miguel era un sobrenombre que honraba el austero muñón a la altura del codo izquierdo” (2004: 127)
Como mencioné líneas arriba, en De amor y de guerra la representación de los grupos en conflicto aborda no sólo el plano ideológico, sino también el de la vida cotidiana. La novela de Ponce nos relata lo que hay detrás del conflicto armado. Hay ejecuciones por parte de los senderistas que están al margen de la ideología del partido, y se presentan como venganzas por hechos que conciernen a los intereses individuales de sus militantes. Es el caso de Porfirio, dirigente senderista en Rinconada, quien mata a Jazmina en nombre del partido por no haber correspondido a sus deseos sexuales. De este modo, se nos introduce en la privacidad de los personajes. Así como en Rosa Cuchillo se abarca la vida individual de los senderistas, en De amor y de guerra se nos representa al grupo que quiere recobrar el orden de Rinconada también como un grupo heterogéneo, en el que los participantes de la contrarrevolución no se libran de su pasado, de su horizonte cultural, de sus creencias. Hay un conflicto aún que todavía no les permite dedicarse plenamente a sus proyectos sociales. Por ejemplo, Carlos Huamaní lucha junto a Nicomedes Sierra a pesar de que ello implique estar en contra de su padre:

Cerca de Carhuapoma, Carlos huamaní, rostro acribillado de pústulas, el muchacho que se había rebelado ante la dulce y humilde autoridad paterna. Carlos Huamaní, el hijo del pastor de los presbiterianos, iniciaba más de una guerra: la guerra en contra de los tucos que pasarían en cualquier momento por la trocha que se curvaba hacia el pueblo y la guerra más cruenta y difícil, la guerra consigo mismo, en contra de una educación que le venía del Antiguo Testamento y se ratificaba con las páginas del Nuevo. ¿Cómo explicar el fúsil en las manos si le habían enseñado a poner la mejilla luego del golpe del agresor? (2004: 13).

La identidad del grupo aparece todavía de manera confusa. Todavía en sus integrantes hay serias diferencias que obstruyen la organización compacta del movimiento contrarrevolucionario dirigido por Nicomedes Sierra, quien es quizás el que realiza sus objetivos con mayor seguridad, si lo comparamos con Carlos Huamaní. Ello se pone en evidencia cuando algunos senderistas iban a ser ejecutados públicamente y el padre de Carlos Huamaní interrumpe el acontecimiento:

(…)Nicomedes Sierra, eres un embaucador de alumnos, lobo detrás de las ovejas tiernas, ¿de qué liberación hablas? Reúnes a la gente a punta de fusil, igualito que los tucos, y luego hablas de liberación, tomas prisioneros a tus enemigos igualito que los tucos, acaso no sabes que nada bueno se construye con lo malo (…)

(…) así que con la mirada le dije (Nicomedes Sierra) a Antezana lo que debía hacer y el muchacho avanzó con fusil alerta hacia Mauricio Huamaní y lo hizo retroceder algunas filas detrás de la primera línea de espectadores (…). El pastor que seguía gritando, Carlos Huamaní que titubeaba observando a su padre tan desaforado (…) Ya no escuchaba los gritos de Mauricio Huamaní, me acerqué a los tres jefes de los terruños envueltos en su noche final, levanté la pistola y descerrajé tres tiros inapelables (2004: 36-37).

De las citas se desprende la convicción por parte de Sierra de recuperar la armonía en el espacio donde fue feliz: Rinconada. Sin embargo, resulta significativo cómo las identidades en los grupos en conflicto se han invertido. Ya no son los senderistas la representación del mal, ahora quienes reproducen el mal son Nicomedes Sierra y su gente, puesto que están tomando los mismos mecanismos de sanción que los terroristas. Las fronteras se han diluido. El estado de decepción en el que se haya Rinconada, espacio en donde las leyes principales que defienden los derechos individuales y humanos se han suspendido, determina que no se reconozca quiénes asumen los papeles del bien y del mal. La representación de la pérdida de la identidad con respecto a los grupos armados en confrontación también podremos verlo en La hora azul, en donde la violencia de los senderistas es compartida con el sistema antisubversivo del Estado.

2. La estructuración del conflicto armado desde la lógica del género policial: Lituma en los Andes, Abril Rojo y La hora azul

Las novelas objeto de análisis aquí abordan el tema del conflicto armado desarrollando una historia de investigación. La diégesis se orienta a resolver un misterio relacionado con la trasgresión de una ley. Las acciones de Lituma en los Andes y Abril rojo se organizan de acuerdo a la investigación de un delito y sus móviles, en tanto que La hora azul se presenta como una historia familiar en la que se apunta a desentrañar el pasado de uno de sus miembros.
Lituma en los Andes de Mario Vargas Llosa es una novela que se desarrolla en la comunidad de Naccos, en donde se está construyendo una carretera. La inspección de la obra está a cargo de dos guardias civiles: Lituma y su subordinado Tomás Carreño. Lituma es natural de la costa (Piura), en tanto que Carreño ha nacido en la región andina, pero criado en Lima.
Lituma es un personaje que no puede relacionarse con los individuos de la comunidad. Lituma concibe la sociedad de un modo vertical, entendiendo como inferior al grupo étnico andino. La excepción para Lituma es su ayudante Carreño, con quien se siente entendido. Para Lituma, Carreño debería integrarse a la cultura Occidental porque no refleja las actitudes de los indígenas, a pesar de ser su origen el mundo andino: “Por tu manera de ser, merecerías haber nacido en la costa. Y hasta en Piura, Tomasito” (1993: 13).
Lituma en los Andes se desenvuelve en un ambiente conflictivo. La novela se estructura en función de un choque cultural. Lituma, por un lado, es un individuo que por medio de la razón quiere llegar hasta el fondo de los crímenes cometidos en Naccos. Por el otro, Vargas Llosa representa la visión del mundo propia del sujeto de los Andes en Adriana y Dionisio, tomando como referencia la mitología griega
[2]. Ellos proponen que quizá no se traten de asesinatos, sino de rituales. En ese sentido, podemos decir que Lituma en los Andes tiene como eje de la trama la dicotomía Crimen/Sacrificio. Para la racionalidad de Lituma resulta incomprensible que en los sacrificios estén involucrados hombres que Lituma concibe como civilizados. Aquí entra en juego el binomio Barbarie/Civilización:


¿Cómo es posible que esos peones, muchos de ellos acriollados, que habían terminado la escuela primaria por lo menos, que habían conocido las ciudades, que oían radio, que iban al cine, que se vestían como cristianos, hicieran cosas de salvajes calatos y caníbales? En los indios de las punas, que nunca pisaron un colegio, que seguían viviendo como sus tatarabuelos, se entendería. Pero en estos tipos que jugaban cartas u estaban bautizados, cómo pues (1993: 204.205).

Con la presencia del profesor Paul Stirmsson, Lituma va siendo tolerante con la racionalidad andina; va comprendiendo que la creencia es algo manifiesto que actúa en la realidad, no una simple invención del indígena. Es por ello que comienza a saber de los Apus, por ejemplo, gracias a las conversaciones que entabla con el profesor (1993: 174).
Lituma entiende las diferencias que hay entre su visión del mundo y la del sujeto subalterno. Piensa que los espacios están delimitados: Costa (racionalidad) y Sierra (superstición, mística)
[3]. Sin embargo, grande es su sorpresa cuando es informado de que en Lima también hay manifestaciones de una mentalidad retrógrada. Así, Lituma se ve como un sujeto en el que su identidad es vacilante, se presenta como un hombre de ningún lugar:

Algo grave está pasando en este país, Tomasito (…) ¿Cómo va a ser posible que toda una barriada de Lima se atolondre con semejante bola? Unos gringos metiendo en autos lujosos a niños de cinco años para sacarles los ojos con bisturís ultradinámicos. Que haya locas que digan eso, por supuesto. Lima también tendrá sus doñas Adrianas. Pero que toda una barriada se lo crea y los pobladores se lancen a sacar a sus hijos del colegio y se pongan a buscar forasteros para lincharlos ¿no te parece increíble? (1993: 186-187).

El conflicto entre horizontes culturales para resolver el caso de los desaparecidos en Naccos parece inclinar la razón hacia la visión del mundo andino. Lituma toma conciencia, no sin desdén, de la verdad del indígena, quien es todavía visto como un salvaje: “Es como si ese par de salvajes estuvieran teniendo la razón y los civilizados no. Saber leer y escribir, usar saco y corbata, haber ido al colegio y vivido en la ciudad, ya no sirve. Sólo los brujos entienden lo que pasa… (1993: 188-189).
La organización de las acciones en Abril rojo de Santiago Roncagliolo es similar a la novela de Vargas Llosa. Hay una investigación realizada por el fiscal distrital adjunto Félix Chacaltana Saldívar en torno a una serie de asesinatos cometidos en la ciudad de Ayacucho en el contexto de las celebraciones por Semana Santa.
En Abril rojo asistimos a un proceso en la personalidad de Félix Chacaltana. En un comienzo se presenta como un sujeto firme en sus principios, con los cuales pretende alcanzar el éxito profesional. Desea integrarse a las altas esferas del poder, demostrando su competencia con la realización de una labor intachable como fiscal. Busca el reconocimiento. En esa dirección, su individualidad será definida mediante una relación de alteridad con los otros. La interacción con el otro se basa en una responsabilidad específica que va a determinar los actos concretos, los cuales van a repercutir en el entorno social. Se trata del “acto ético” definido por Mijaíl M. Bajtín: “cualquier acto nuestro, cuando no es fortuito, sino que obedece a la tensión permanente del deber ser que proviene de la presencia del otro, es un acto entendido específicamente como ‘acto ético” (2000: 18).
De esta forma, Chacaltana regula sus actos según las reglas. Es un hombre que condena la trasgresión de la ley. Pero cuando es reconocido por el poder, cuando se cumple su anhelo, se da cuenta de que la trasgresión es la norma en una sociedad en estado de emergencia. Chacaltana antes de entrar en contacto directo con la crisis social, tenía delimitado su sistema moral. Es decir, sabía que los senderistas representaban a la maldad y las Fuerza Armadas al orden y la justicia. No tarda mucho Chacaltana en reparar que las identidades en la práctica no están del todo definidas. En su conversación con el senderista Hernán Durando González, descubre que sus ideas son muy relativas en torno al conflicto armado:

-Hay un reo por repartir propaganda senderista, pero es analfabeto. ¿Inocente o culpable?
El fiscal buceó mentalmente en el ordenamiento jurídico en busca de una respuesta mientras tartamudeaba:
-Bueno, en un sentido técnico, quizá…
-Otro está preso por arrojar una bomba a un colegio. Pero es retrasado mental. ¿Inocente o culpable?¿Y los que mataron bajo amenaza de muerte? Según la ley son inocentes. Pero entonces, señor fiscal, todos los somos. Aquí todos matamos bajo amenaza de muerte. De eso se trata la guerra popular (2006: 150).

La muerte no sólo caracteriza a los acontecimientos de violencia realizados por el grupo revolucionario. Las Fuerzas Armadas también luchan con violencia. La muerte sigue siendo tal, así sea entendida como el resultado efectivo de una estrategia defensiva del Estado. Así se lo hace saber el senderista entrevistado por el fiscal: “Claro. Si uno mata con bombas caseras se llama terrorismo y si mata con ametralladoras y hambre se llama defensa. Es un juego de palabras, ¿no?...” (2006: 148).
Abril rojo representa el afán de las autoridades por aparentar un país en paz, en donde las sublevaciones guerrilleras son cosa del pasado. Chacaltana conoce la verdad y él es el primero en proponer la presencia senderista como un peligro latente para la población. En realidad, los asesinatos en serie que investiga los vincula al resurgimiento del terrorismo. Al igual que en Lituma en los Andes, la tensión narrativa está determinada por el conflicto ideológico que se da entre los individuos occidentales y el mundo andino. También aquí el binomio Crimen/Sacrificio organiza la trama. Las muertes de la novela tienen referencias religiosas. El padre Sebastián Quiroz Mendoza, párroco de la Iglesia del Corazón de Cristo, ilustra a Chacaltana sobre la diferencia de perspectivas con respecto a la Semana Santa entre los occidentales y el indígena. Estos celebran el eterno retorno, el tiempo cíclico: “la tierra muere después de la cosecha y luego vuelve a nacer para la siembra”. Hay un proceso de transculturación, en el que “disfrazan a la pachamama con el rostro de Cristo”, en tanto que para la visión occidental del mundo, la muerte es un momento de transición hacia la vida eterna. Quedan definidas, de esta manera, las identidades de los grupos sociales que configuran la novela de Roncagliolo.
Ahora, como hemos mencionado anteriormente, el estado de decepción en el que se encuentra la sociedad desvanece las fronteras entre el bien y el mal. La entrevista con Hernán Durando González es reveladora en ese sentido. Cuenta los abusos del las Fuerza Armadas en nombre del orden. La violencia de SL está a la altura de la violencia ejercida por el Estado. No hay diferencias entre los actos crueles de uno u otro grupo. Al relatársele a Chacaltana el abuso sexual cometido a una militante del partido por las Fuerza Especiales contrasubversivas, se da cuenta de la decadencia del sistema de valores que regula el orden social. Chacaltana se ve en un conflicto interno, puesto que no se puede confiar en nadie, ni siquiera en la Iglesia. La Iglesia es representada como una Institución que, conocedora del ambiente caótico de la ciudad, muestra una actitud pasiva. Es más, acepta la instalación del crematorio, poniéndose al mismo nivel ético del Estado, ya que como dice el comandante Carrión, “Todos teníamos las mismas ganas de librarnos de los terrucos, ¿no? (2006: 202).
Como vemos, en la novela de Roncagliolo los límites de la identidad son confusos. El conflicto armado establece la trasgresión de las leyes como una norma social. Las circunstancias de la guerra justifican la violencia y la anulación de los derechos humanos.
La hora azul de Alonso Cueto, a diferencia de las novelas anteriormente estudiadas, se desarrolla en un ambiente urbano. Nos narra la historia de Adrián Ormache, un abogado exitoso que pertenece a la clase pudiente. Todo cambia a la muerte de su madre, puesto que su vida se torna problemática tras el descubrimiento de una relación amorosa que su padre mantuvo con Miriam, una indígena capturada por las Fuerzas Armadas durante la guerra contra SL.
La hora azul es una novela que consideramos desarrolla una historia de índole privada. El conflicto armado es un hecho que no explica la totalidad de la novela. Cueto apunta a representar una historia familiar más que un conflicto social determinante. Si el conflicto armado es un acontecimiento que está latente a cada instante en las novelas anteriores, en La hora azul la guerra contra SL es parte de un pasado que conforme avanza la narración se va desligando de la trama privada que se presenta como eje central de la novela.
La identidad de los personajes se define por su apariencia. Hay una preocupación por la imagen que se muestra ante el otro social. Adrián ormache teme que el secreto de su familia (la existencia de un padre corrupto y ordinario) salga a la luz. Su relación con una indígena sería una mancha en la reputación familiar y de inmediato vendría la sanción de la sociedad. Adrián Ormache no quiere que por la conducta paterna sea ignorado por la elite. Teme ante la diferencia con respecto a los de su clase.
En cuanto a la representación del indígena, es un individuo que tiene una particular visión del mundo. Vilma Agurto, por ejemplo, quien es tía de Miriam, es supersticiosa, pues cree en las maldiciones como formas justicia. Así lo demuestra en una carta que envía a la madre de Adrián Ormache y que éste descubre:

Su esposo el oficial Ormache es un hombre muy malvado, que ha traído una gran desgracia a mi familia. Mi sobrina fue torturada y perjudicada allá en Huanta. Mi sobrina era buena, nunca se metió en terrorismo, pero unos soldados vinieron y se la llevaron y su esposo Ormache la perjudicó, señora, violación le hizo. Por eso, señora, la maldición va a caer sobre sus hijos y sobre usted, señora. Malditos siempre. Esa maldición va a durar muchos años, sobre usted y sobre sus hijos y los hijos de sus hijos. Así será (2005: 50)

Lo que nos interesa resaltar de la novela de Cueto es su relación con esta tradición narrativa que aborda la problemática del conflicto armado. En La hora azul vemos que los límites que configuran la identidad de aquellos que están en disputa se desvanecen. Las Fuerzas Armadas es una Institución que, al igual que en la novela de Roncagliolo, se confunde con los senderistas por los actos de violencia que comete. El padre de Adrián Ormache, valiéndose de su poder y del estado de decepción en el que se encuentra el país, captura a mujeres y abusa sexualmente de ellas. Entre ellas, Miriam, de quien se enamora y cuida.

Conclusiones

a) El primer grupo de novelas está organizado en función del discurso testimonial, puesto que los personajes principales han sido afectados directamente por el conflicto armado. Nos narran sus vivencias, los traumas del pasado que, sin duda, son una explicación de su presente.
b) El segundo grupo de novelas siguen una lógica de investigación ante la trasgresión de una ley. Son novelas que se definen en el marco de la novela policial. Por ello, los héroes se relacionan con el conflicto armado de manera indirecta, recogiendo fuentes, testimonios de quienes en verdad participaron de la violencia política.
c) Al estudiar las novelas desde la perspectiva de la identidad y diferencia, asistimos a la representación de choques culturales. El horizonte cultural del sujeto occidental entra en confrontación con la visión del mundo propia del los grupos étnicos de la periferia.
d) El estado de decepción en el que se hallan los espacios en donde ha incursionado la subversión, trae como consecuencia que los límites entre el bien y el mal, entre el inocente y el culpable se desvanezcan. En ese sentido, asistimos a una pérdida de la identidad, tanto de los individuos como de las Instituciones. Resulta ser una constante el contexto caótico en el que se desenvuelven las tramas de las novelas aquí analizadas.
e) La representación en las novelas estudiadas de los grupos en conflicto va más allá del plano político y social. Sus identidades no se anulan totalmente por el “deber ser”. Manifiestan sus deseos y pasiones, muchas veces sus intereses corruptos, aproximándonos así a su mundo privado. En esa dirección, conocemos a los verdaderos protagonistas del conflicto armado.

Bibliografía

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1997 Rosa Cuchillo. Lima, Universidad Nacional Federico Villarreal.

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2005 La hora azul. Lima, Peisa.

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2004 De amor y de guerra. Lima, Norma.

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RONCAGLIOLO, Santiago
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VARGAS LLOSA, Mario
1993 Lituma en los Andes. Barcelona, Planeta.

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(*) Ponencia presentada en el conversatorio Literatura de la violencia política, 12 de Octubre 2006, en la Facultad de Letras y Ciencias Humanas, Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Publicada en la Revista de Literatura Ajos y Zafiros N° 8/9. Lima, 2007, pp 55-67. El texto aquí colgado es una versión corregida.


[1] El discurso de Abimael Guzmán, que lleva como título Por la nueva bandera, apunta hacia la anulación total del yo por la causa revolucionario: “El problema es simple inclusive para los que tienen alma dura; el problema es abrir el corazón con resolución, es fácil hacerlo, lo demanda la revolución. Basta de podridas aguas individuales, estiércol abandonado, nueva etapa: lavamos (sic) el alma, lavarnos bien... Vayamos al fondo de nuestras posiciones para clavar en nuestras almas definitivamente la bandera del partido... Problema es de dos banderas en el alma, una negra y otra roja. Somos izquierda, hagamos holocausto con la bandera negra, fácil es que cada uno lo haga de lo contrario los demás pasaremos a hacerlo (Citado en 1998: 58).
[2] Al respecto, Mark Cox ha señalado lo siguiente: “(…) la historia de Adriana y Dionisio es la adaptación “indígena” que hace Vargas Llosa de la mitología griega. Al igual que Adriana, quien ayuda a Teseo a matar al minotauro en su laberinto, Adriana ayuda a su primer amante Timoteo a matar a un pistacho, una figura canibalesca mítica andina, en su cueva laberíntica de la montaña. Al igual que Adriane, quien fue abandonada por Teseo en las isla de Naxos donde contrajo matrimonio con Dionisio tiempo después, Adriana es abandonada por Timoteo en Naccos donde al tiempo se casa con Dionisio el cual, como su homónimo griego, es un maestro del trago y el baile que participa en el sacrificio ritual de víctimas propiciatorias” (2004: 88)
[3] Claude Lévi-Strauss, en La pensée sauvage (1962), apunta que la mentalidad primitiva, “pre-lógica”, no es que se constituya como irracional, sino que se trata de otro tipo de racionalidad que se estructura de acuerdo a una lógica distinta.