jueves, 22 de diciembre de 2011

¿Por qué enseñar literatura en la universidad de hoy? - Por Néstor Saavedra Muñoz (*)

Las Ciencias Humanas, hoy en día, ocupan un lugar poco relevante dentro de los estudios de nivel superior. Desde la perspectiva moderna determinada por el fenómeno de la globalización, disciplinas como la literatura, filosofía, historia del arte o lingüística no estarían respondiendo directamente con las demandas económicas y prácticas propias de otras áreas del conocimiento, específicamente de aquellas ligadas al saber técnico, cientificista y funcional.
De forma particular, la enseñanza del discurso literario en la actualidad viene siendo considerada por el alumnado -sobretodo por el alumno promedio de las universidades privadas- como una práctica menor, como una mera materia obligatoria que integra los cursos generales de los primeros semestres académicos, problema que tendría su razón de ser en la perspectiva que de la literatura se ha inculcado desde la educación básica regular, educación ceñida o bien a la presentación y enumeración vacía del devenir histórico-literario, o bien a la fragmentación de la obra como estrategia metodológica que garantiza la asimilación rápida y efectiva de la información esencial sobre el texto, lo cual niega toda posibilidad de una exégesis mínimamente competente alrededor de la obra.
Frente a tales consideraciones que, sin duda, devalúan el efecto cognoscitivo y estético propio del texto literario, a continuación presentamos brevemente tres ideas que pretenden sustentar la importancia de enseñar literatura en las universidades de hoy.
1. Una actividad fundamental y constante en la vida universitaria es la lectura, ejercicio al que la mayoría de los estudiantes no están acostumbrados por diversas razones (densidad de los textos, carencia de aptitudes verbales, la familiaridad con lo visual, etc.); es común asociar la lectura con sensaciones producto del tedio y el cansancio, obstaculizándose con ello el desenvolvimiento académico del educando.
En esa dirección, creemos que el texto literario puede motivar la praxis de la lectura en nuestros estudiantes en función de la naturaleza misma de este discurso. Su carácter ficcional, la especificidad del código y su vínculo con la realidad y lo universal lo configuran como un discurso revelador en un nivel lingüístico y cognoscitivo, fundamentalmente; entonces, el trabajo docente debe consistir en la selección cuidadosa de las lecturas a partir de los intereses temáticos de sus alumnos, sin que por ello se pierda de vista las obras canónicas que forman parte de la tradición cultural de Occidente.
En el caso de nuestra universidad, un corpus textual que motiva la lectura, genera debates interesantes en las sesiones de clase y – acaso lo más importante- provoca un efecto estético en el estudiante, es la narrativa peruana de la década del cincuenta. La retórica coloquial, los conflictos de clase y las peripecias propiamente juveniles que se representan en los cuentos y novelas de Julio R. Ribeyro, Mario Vargas Llosa o Oswaldo Reynoso despiertan el gusto por la literatura y la lectura en general
[1], al mismo tiempo que se valora el oficio, la techné del escritor en tanto artista del lenguaje.
2. La universidad es un espacio de diálogo. Una preocupación constante por parte de los docentes se enfoca en la participación activa del alumno durante su vida académica, que sea capaz de exponer sus ideas de manera clara, coherente, objetiva y con una sólida estructura argumentativa. Para ello, pensamos que la lectura de textos literarios en los primeros ciclos de formación universitaria (donde todavía los cursos de especialidad son abordados de modo panorámico e introductorio) puede ir ejercitándolos en el hábito de la discusión constructiva y en el planteamiento de juicios de valor. Dicha reflexión crítica a partir del abordaje de obras literarias es posible en la medida de que el trabajo pedagógico se llevará acabo sobre la base de mundos representados que comprenden experiencias humanas (emociones y pasiones) y experiencias sociales (ideologías y valores éticos). La literatura se presenta, en ese sentido, como un formato discursivo enriquecedor en cuanto a su carácter pluritópico, sintético e intertextual, con lo cual se estarían brindando los elementos necesarios para que se propicie en el estudiante un primer acercamiento hacia el análisis textual, la toma de una postura determinada y su posterior fundamentación.
3. La literatura es una forma de conocimiento, pues el acto de creación se concretiza en una obra que ofrece una visión de mundo determinada; se sustenta, en líneas generales, en el proyecto ideológico del autor inmerso en un contexto preciso. Desde una perspectiva moderna del fenómeno literario, este conocimiento, gracias al alto grado de simbolización del plano verbal, se caracteriza por apelar a estrategias de sugerencia antes que a la persuasión directa o el aleccionamiento imperativo.
Planteamos que una de las estrategias más importantes, por medio de las cuales el discurso literario muestra saberes nuevos, es aquella que responde a mecanismos lógico – inductivos; en otras palabras, a partir de la alegorización de un suceso o un conflicto particular, el texto literario tiene la capacidad de aproximarnos a un conocimiento universal de la existencia humana. A modo de ejemplo, citamos un poema en prosa del escritor mexicano Jaime Sabines, texto que cierra su libro Diario semanario y poemas en prosa (1961):
Con la flor del domingo ensartada en el pelo, pasean en la alameda antigua. La ropa limpia, el baño reciente, peinadas y planchadas, caminan, por entre los niños y los globos, y charlan y hacen amistades, y hasta escuchan la música que en el quiosco de la Alameda de Santa María reúne a los sobrevivientes de la semana.
Las gatitas, las criadas, las muchachas de la servidumbre contemporánea, se conforman con esto. En tanto llegan a la prostitución, o regresan al seno de la familia miserable, ellas tienen el descanso del domingo, la posibilidad de un noviazgo, la ocasión del sueño. Bastan dos o tres horas de este paseo en blanco para olvidar las fatigas, y para enfrentarse risueñamente a la amenaza de los platos sucios, de la ropa pendiente y de los mandados que no acaban.
Al lado de los viejos, que andan en busca de su memoria, y de las señoras pensando en el próximo embarazo, ellas disfrutan su libertad provisional y poseen el mundo, orgullosas de sus zapatos, de su vestido bonito, y de su cabellera que brilla más que otras veces.
(¡Danos, Señor, la fe en el domingo, la confianza en las grasas para el pelo, y la limpieza de alma necesaria para mirar con alegría los días que vienen!)
[2]
La anécdota de este poema se centra en el proceso de aprendizaje que se lleva a cabo en el sujeto de la enunciación al observar y reflexionar sobre un hecho específico: la rutina dominical de las mujeres que laboran como sirvientas del hogar. El hablante básico toma este episodio de sus vidas y lo lleva hasta un nivel de abstracción en el que encuentra el vínculo con lo universal, con el acontecimiento existencial que nos involucra todos. En la esperanza del descanso y alegría de los sujetos representados, nuestro poeta percibe y manifiesta un deseo común, ontológico, esencialmente humano, con lo cual se aleja de la mera narración de una historia y alcanza la revelación de un saber mayor. Este tipo de razonamiento es el que, precisamente, torna a la literatura en un quehacer sintético y totalizante,
En síntesis, resulta de suma importancia la enseñanza de cursos de literatura en la universidad de hoy en cuanto a la capacidad que posee la obra literaria de motivar el ejercicio de la lectura, estimular y afinar la enunciación coherente y sólida de juicios críticos, así como por su potencialidad estético-cognoscitiva, puntos medulares en la formación académica de todo estudiante de educación superior, actualmente.


(*) SAAVEDRA MUÑOZ, Néstor. «La literatura y la formación universitaria». En Riesgo de educar. Año VI, N°10, 2011, 55-58 pp.

[1] Consideramos que la labor principal del docente, al respecto, consiste en plantear relaciones intertextuales entre la obra leída y otros formatos discursivos, con el objetivo de 1) ampliar el horizonte de conocimiento del educando y 2) distinguir las particularidades del lenguaje en su función poética.[2] FLORES LIERA, Guadalupe. Jaime Sabines. Antología poética. México D. F: Fondo de Cultura Económica, 1995, 207 pp.

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