jueves, 29 de diciembre de 2011

Carta I (o de los primeros trazos)

¿Acaso este es un reino de tuertos, Quintín Coronado?


En una esquina, dos jovencitas con la fisonomía de un buen par de robles celebraban entre risas la conquista de un nuevo novio imaginario y la tan mentada reducción de tallas para su closet del verano. Más allá, un hombre bien trajeado caminaba deprisa, como si, al tiempo, resolviera algoritmos en su mente. Los autos eran todos blancos, y salían disparados de garajes que a lo lejos parecían cubiertos de almohadillas, dejando tras de sí la estela negra de los ganadores. En un parque de ensueño, un señor de marrón hacía alarde de su puñado de seso a una viuda ruborizada. A unos pasos, unos niños jugaban con alacranes de papel, y de reojo deseaban que se agusane lo más pronto posible la cabeza o la lengua del hombre. Dándole de gritos al auricular, una mujer fea insultaba a su marido; luego colgó y salió de la cabina telefónica con el fastidio de quien lleva entre las piernas un pañal sucio. En las mototaxis -esos roedores sicodélicos de la modernidad, donde la música, para que sea música, tiene que sonar fuerte, grave y mal- los muchachitos de hoy se aturden veloces y valientes sobre la autopista, y son más que nunca hijos del coraje popular, de la negación contundente del mundo, de toda esa rabia que arroja piedras y pinta muros, fermentada, los fines de semana, en clara sintonía -hay que admitirlo- con esa retórica perfecta y humana del aquí-estoy-yo.

Afuera de la bodega en la que atiende una vieja malhumorada, un joven apuesto miraba. Más allá de las flores, bajo el arco iris, cerca a una catarata, lo esperaba su novia… que es flor, arco iris, la catarata; pero los niños de los alacranes irrumpieron en la calle con lisuras a diestra y siniestra, por lo que el joven se vio forzado a olvidar los versillos celestes que compusiera de pie y se dirigió hacia ella a paso raudo pensando, al mirarla de verdad, en lo que podría costarle el hotel más cercano (claro, cuando se sentó en su escritorio a media noche, seguro poetizó la historia no del hospedaje, sino la del centro amatorio de turno. ¡Es lírica, sucios mundanos! ¡Por el amor de los dioses!)

Muy desatentamente

Quintín Mugrosso, quien ya sospecha demasiado de este mundo.

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