miércoles, 28 de diciembre de 2011

Quintín Mugrosso alguna vez escribió un cuento para niños

Las mascotas de Tony

El día anterior a su cumpleaños, mientras regresaba a casa después de un largo día en la escuela, Tony pensaba en el posible regalo que le darían sus padres. Caminaba por la acera con el mismo aspecto de todos los viernes por la tarde: las dos horas de educación física y el partido a la salida convertían a Tony en un pequeño monstruo, con el polo sucio, el pantalón roto por las rodillas y absolutamente despeinado, incomparable al Tony reluciente que a las siete de la mañana esperaba su movilidad en la puerta de su casa.
En realidad a Tony no le importaba mucho su atuendo cuando andaba por la calle camino a casa, más aún cuando estaba a un día de su cumpleaños y sin haber decidido todavía el regalo ideal.
Tony tenía hambre y quería llegar a su casa para sentarse lo más pronto posible a la mesa y almorzar, pero el cansancio producto del juego, la tonelada de cuadernos y libros que llevaba en la mochila y la pelota que iba pateando le impedían avanzar como él deseaba.
A una cuadra de su casa Tony se detuvo. Dejó la pelota y la mochila en la vereda.
- Si mamá me ve en estas fachas me va a gritar como la semana pesada – se dijo Tony en tanto que metía el polo dentro del pantalón. Luego se ató los pasadores de sus zapatillas. Sintió estar relativamente presentable a los ojos de su madre. Lo que le inquietaba ahora era qué respuesta le daría a sus padres cuando, una vez en la mesa, le preguntaran sobre el regalo de su cumpleaños. Tony podía verse ya quedándose en silencio y recibiendo al día siguiente una caja con algo que no sería de su agrado. Siempre fue lo mismo. La única vez que sus padres habían acertado con los gustos de Tony había sido el año pasado, cuando cumplía diez años; le obsequiaron la pelota y desde entonces Tony no dejó de jugar con ella todo los viernes en la escuela. Antes de ello, las camisas a cuadros, los lápices de colores y la pistola de agua no fueron muy celebradas y luego de un tiempo o se perdieron o pasaron a un rincón de su habitación.
Tony se resignó a quedarse ese año sin la satisfacción de escoger su regalo. Cuando iba a recoger sus cosas del suelo y retomar el paso, se dio con la sorpresa de que su mochila estaba sola. Tony no lo entendía, porque estaba segurísimo de haber dejado junto a ella su pelota. Lo primero que se le ocurrió fue mirar hacia atrás, pues algún ladronzuelo pudo habérsela quitado mientras él estaba de espalda. Tony giró la cabeza y no había nadie. Siguió observando a su alrededor. Ya la daba por perdida, cuando de pronto vio que la pelota iba rodando por la autopista a gran velocidad. Tony recién en ese momento se percató de que la calle en la que se había detenido era un poco inclinada, lo suficiente como para que su pelota se alejara. Tony cogió la mochila como pudo y fue corriendo para alcanzarla. Fue en vano, porque la pelota rodaba tan rápido que bastaron sólo instantes para que se perdiera de vista.
Tony, entristecido, comenzó a caminar. Jalaba su mochila y la culpaba de haberle impedido correr con libertad. Pensó en dar vuelta y dirigirse a su casa. Sin embargo, optó por seguir la dirección por la que rodó la pelota, venciendo el temor de hallarla desinflada sobre la autopista, víctima de algún neumático, Tony emprendió la marcha con la esperanza de encontrarla sana y salva.
Luego de andar por media hora, Tony descubrió que a lo lejos, en un jardín de rosas y margaritas, una niña jugaba con un perro. A Tony le llamó la atención la risa de la niña, por lo que se apuró en llegar hasta ella. Corrió por la acera y cuando estuvo a la altura del jardín, cruzó la autopista, siempre sin tener consideraciones con su mochila, porque seguía siendo arrastrada.
Una vez que Tony llegó a las rejas que cercaban el jardín, pudo comprobar lo que había pensado. La niña tenía un rostro de ángel y el cuerpo menudo; pero al margen de eso, a Tony le alegraba que ella se divirtiera tanto con su mascota. El perro era perseguido por la niña. Luego saltaban y ella lo acariciaba. Tony sonreía; su rostro otra vez sudaba.
La niña no se había percatado de la presencia de Tony. Seguía jugando con el pequeño animal. De pronto Tony se dio cuenta de que la niña le ordenaba algo a su mascota. El perro corrió hacia el árbol que crecía al lado de un columpio y desapareció por un momento detrás del tronco. Tony lo vio reaparecer en el jardín empujando una pelota con el hocico. Descubrió que esa pelota era la suya. El perro dejó la pelota a los pies de la niña y empezó a ladrar. La niña se preparaba para lanzarle la pelota cuando Tony le dijo:
- Hola. ¿Esa pelota es tuya?
La niña lo miró asustada. Una gota negra de sudor bajaba por el rostro de Tony, quien ante el silencio de ella continuó:
- Me llamo Tony. Y apuesto a que esa pelota no es tuya.
- ¿Tú como sabes? – dijo la niña, abrazando la pelota.
- Hace un momento se me escapó. La perseguí pero no la alcancé.
- Cuando papá entró a la casa me dijo que se había encontrado la pelota atorada en las rejas del jardín. La traía en la mano y me la dio – dijo la niña mirando la pelota con los ojos tristes.
- Devuélvemela. Es mía y si no regreso a casa con ella mis papás se enfadarán – dijo Tony estirando las manos.
- Pero es que a mi perro le gusta.
- Por favor, me ganaré un lío.
- Bueno. Está bien... papá siempre me enseñó que no debo tomar las cosas que no me pertenecen.
La niña se aproximó hasta la reja con la pelota y la devolvió. Tony le dio las gracias y antes de irse le preguntó:
- Oye, ¿Cómo se llama tu perro? Es muy bonito.
- ¡Ah! Se llama Dan. Siempre jugamos por las tardes. A la hora que llego de la escuela me recibe dando brincos. A veces me acompaña cerca de mi cama. Converso con él y entiende lo que le digo. Es mi mejor amigo.
- Bueno... adiós y gracias por darme mi pelota.
- Adiós – dijo la niña.
Tony emprendió el camino a casa, pensando en la niña y en lo que le había dicho de su perro.
Cuando su mamá le abrió la puerta, lo mandó a bañarse porque estaba irreconocible. Pasó por el comedor y la mesa estaba servida. En ella estaban sentados su papá y Toño, su hermano menor. Después de media hora, Tony salió de la ducha, se cambió y fue a sentarse a la mesa.
Comían con toda normalidad cuando Tony tomó la palabra.
- Ya sé lo que quiero como regalo para mañana.
- ¿Qué es lo que deseas? – le dijo su papá acariciándole el cabello.
- Un perro – contestó Tony.
- ¿Un perro? – dijo su padre. Tenía los ojos muy abiertos.
- Sí. Cuando venía hacia aquí vi a una niña que jugaba con su perro. Se veía muy feliz. Yo quiero una mascota.
- ¡Definitivamente no! – dijo intempestivamente la madre de Tony – La casa es muy chica, no hay espacio para tener animales.
- Ya veremos, hijo... ya veremos. Mañana tendrás de todas maneras un regalo. Te lo prometo – dijo el padre.

Al otro día Tony fue al colegio, pero deseaba que las horas transcurrieran rápido para ir a su casa y descubrir su regalo. Al sonar el timbre que anunciaba la salida, Tony fue el primero en pararse tras la puerta del colegio. Abrieron la puerta y Tony emprendió la carrera. Fue a su casa y le preguntó a su madre por su regalo.
- Tú padre ya viene con el- le dijo ella.
Por otro lado, el padre de Tony, de tanto trabajar en su oficina, olvidó pasar por alguna tienda para comprarle un obsequio a su hijo. Al llegar a su casa, lo primero que vio fue a Tony sentado en el mueble central de la sala con los brazos cruzados y moviendo los pies. Se acordó del regalo prometido.
- ¡Hola papá! – dijo Tony, quien fue a abrazarlo.
- ¡Hola! ¡Feliz cumpleaños! ¿Qué tal la escuela? – dijo su padre.
- Bien... ¿Y mi regalo?¿Es una mascota? ¿Un perrito? – preguntó Tony.
Su padre se vio sin salida. No podía decirle que se había olvidado el obsequio. Ante la emoción de su hijo se sintió muy mal. De pronto se le ocurrió una idea.
- ¡Oh, cierto, tu regalo! Pues vamos hacia él.
- ¿Voy a escoger mi mascota? ¡Gracias papá! – dijo Tony.
La mamá de Tony hizo un gesto de desaprobación.
- Sí, vamos. Sube al auto – dijo el padre.
Tony corrió hacia el auto. La madre sugirió que se llevaran a Toño porque iba a ordenar la casa para la celebración del cumpleaños.
Una vez en la carretera, Tony veía que los autos y los buses corrían a gran velocidad. Por momentos sólo observaba arenales y una que otra tienda. Pasaron por muchos puentes, hasta que Tony se sintió aburrido. En el asiento de atrás Toño dormía.
- ¿Papá, tan lejos vamos? – preguntó Tony.
- ¿Acaso no quieres tu mascota? – dijo él.
- ¡Sí!. ¿Le compraremos una casita?
- Exactamente no. La podrás tener en tu mano sin problemas.
- ¿Tan pequeña va ser?
- Pues sí. Cabe en esta caja – dijo el padre, mostrándole una caja que había sacado del bolsillo de su casaca.
- ¡No! Yo quiero más grande. – dijo Tony. Estaba enojado.
No quiso hablarle a su padre en adelante. Quería regresar a casa pronto.
Luego de unas horas de viaje. El padre de Tony detuvo el auto.
- Tony, agarra a tu hermano de la mano y sígueme – dijo el padre.
Tony despertó a Toño y obedeció.
Comenzaron a caminar por un arenal. Luego subieron por unas piedras. Tony estaba más molesto que antes, porque encima de que no le iban a dar lo que él quería, lo hacían andar. Descansaron en una llanura unos minutos.
- Papá, ¿A dónde vamos? – preguntó Tony.
- Sígueme, falta poco – contestó su padre.
Siguieron caminando. Tony caminaba con su hermano un poco alejado de su padre. De pronto vieron que su padre estaba de pie en lo alto del cerro. Cuando Tony y Toño le dieron el alcance, estaban confundidos. Tony le preguntó:
- ¿Qué hacemos aquí?
- Solo mira – dijo su padre señalando una pampa inmensa.
Tony le hizo caso. Miró hacia donde apuntaba el dedo de su padre. Tony no podía creer lo que veía. Al fondo de la pampa, había un semicírculo de cerros.
- Tony, todos esos animales son tuyos ¡Feliz cumpleaños!– dijo el padre.
- ¿Dónde estamos? – preguntó Tony con la boca semiabierta.
- En el desierto de Nazca. Para ser precisos, en la Pampa de Jumana. Y esos dibu
jos que tú ves en la tierra son las Líneas de Nazca. Observa... ese es un mono, el de más allá es un caracol, el otro un pelicano, ese de allá un loro. Son tuyos, ¿Cuál quieres?
- Son muy hermosos. ¡Y grandes! Pero... ¿Los llevaremos? ¿Cómo? ¡Y en dónde! – dijo Tony.
- Te dije que aquí – El padre de Tony sacó la cajita de su casaca. Abrió la caja y de ella extrajo una cámara fotográfica – Tomaremos las fotos que gustes.
- ¡Gracias, papá! Eres el mejor. Pero ¿Quién ha hecho esos dibujos tan maravillosos?
- Los hombres de la cultura Nazca, quienes habitaron este lugar hace cientos de años. Los estudiosos todavía no se ponen de acuerdo sobre la finalidad de los dibujos. Algunos dicen que servían para observar el movimiento de los astros, otros aseguran que son dioses de sus clanes, y otros afirman que son formas físicas del zodiaco de la cultura Nazca. La matemática Maria Reiche dedicó gran parte de su vida en la investigación sobre estas líneas.
- Papá, y si los nazcas existieron hace muchísimos años, ¿Cómo es que las líneas no se han borrado? – preguntó Tony. Tenía de la mano a Toño, quien miraba la líneas de Nazca e imaginaba el tamaño del lápiz que se habría empleado para hacer los dibujos.
- Lo que sucede es que esta es la zona más seca del planeta. El aire caliente que hay aquí hace que el viento cambie de dirección. Es por eso que las líneas siguen intactas.
- ¡Eso no es cierto! ¡Mira esa! Está incompleta. Parece un lagarto, pero le falta una parte. El viento ha borrado esa figura.
- ¡Oh, no! No ha sido el viento! Hemos sido nosotros.
- ¿Nosotros? Si es la primera vez que venimos aquí.
- No, Tony, me refiero a nosotros, los hombres. Esa figura se cortó para construirse la carretera Panamericana Sur, por donde hemos venido.
- ¡Deberíamos de cuidar lo que es nuestro!
- Así es, hijo. Las Líneas de Nazca son de todos. La UNESCO, desde 1994, ha inscrito a las Líneas de Nazca como Patrimonio de la Humanidad.
El padre tomaba fotografías de las figuras que le indicaba Tony, quien estaba muy contento con la visita a las Líneas de Nazca; pensaba en enseñárselas a su madre y a sus compañeros de la escuela.
- Vámonos, ya es muy tarde y tú mamá nos espera para celebrar– dijo el padre de Tony cuando tenían una buena cantidad de fotos.
Tony asintió con la cabeza. Bajaron del mirador con cuidado. Entraron al auto y se dirigieron a casa. En el trayecto Tony miraba por la ventana. Entre sus manos tenía la cámara. Ahora eran suyos muchos animales. Se llevaba consigo a la garza, a la grulla, al cóndor, a la lagartija, a la llama y más. Y feliz por el regalo, Tony miró cariñosamente a su padre y le dijo:
- Te agradezco por las mascotas, papá.




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